“Lo que caracteriza la gran mayoría de los escritos
filosóficos de la Antigüedad es que se corresponden con un juego de preguntas y
de respuestas, porque la enseñanza de la filosofía se presentaba, casi siempre,
según el esquema pregunta-respuesta. Se trataba siempre de responder, por parte
del maestro, a una pregunta planteada por el discípulo o el interlocutor. De
esta forma, la enseñanza se planteaba en gran parte en forma de diálogo. Esta
cultura de la pregunta también siguió subsistiendo en la Edad Media.
Como los escritos filosóficos están siempre estrechamente
ligados a la enseñanza, las preguntas y respuestas se dan en función de las
necesidades de los interlocutores. El maestro que se expresa conoce a sus
discípulos y lo que saben y no saben, su estado moral, los problemas que se les
plantean. A veces, incluso, habla en función de cada situación particular.
Estamos ante escritos en función de algo más o menos circunstancial y no ante
una expresión de carácter absolutamente universal.
En la Antigüedad la filosofía es esencialmente diálogo, se
trata de una relación viva entre personas.
Actualmente se ha perdido la concepción de la filosofía como
forma de vida, como elección de vida y también como terapia. Se ha perdido el
aspecto personal y comunitario de la filosofía. La filosofía se ha hundido cada
vez más en un vía puramente formal, en la búsqueda a todo precio de la novedad
en sí misma: se trata de ser lo más original posible, produciendo un discurso
lo más complicado posible. La construcción más o menos hábil de un edificio
conceptual se convertirá en un fin en sí mismo. De este modo, la filosofía se
ha ido alejando cada vez más de la vida concreta de las personas. Este desvarío
se debe, en parte, a la estrecha perspectiva de la mayoría de las actuales
universidades que preparan alumnos en el estudio de un programa que les permita
obtener un título de funcionario de la enseñanza. La relación personal y
comunitaria desaparece para dar lugar a una enseñanza que se dirige a todos, es
decir, a nadie. Habría que volver al carácter
dialógico de la filosofía y por ende a la forma dialógica de la
enseñanza: al estilo de las escuelas antiguas, organizadas para vivir la
filosofía en común.
Las obras filosóficas de la Antigüedad no se escribieron para
exponer un sistema sino para producir un efecto de formación: el filósofo
quería hacer trabajar los espíritus de sus interlocutores para ponerlos en una
disposición determinada”. (Pierre Hadot)
“El
alma recta, buena, grande… puede encontrarse tanto en un caballero romano, o en
un liberto, como en un esclavo. ¿Qué son, en efecto, caballero, liberto,
siervo? Nombres dados por la ambición o por la justicia. Pero desde cualquier
ángulo es posible lanzarse hacia el cielo. El camino de la virtud no se halla
vedado a nadie; está abierto para todos… libres, libertos, esclavos, reyes, desterrados.
No elige casa ni censo; se contenta con el hombre desnudo. Yerra quien cree que
la esclavitud penetra todo el hombre: la mejor parte se halla exceptuada de
ella: los cuerpos se hallan sujetos y consignados al amo, pero el alma
permanece dueña de su derecho propio… no puede darse esclavitud. Todo lo que
deriva de ella es libre: ni nosotros podemos mandar en todo, ni los siervos
están constreñidos a obedecer en todo.” (Séneca: Epístola a Lucilio, 20)
“Creen
Zenón, Cleanto y Crisipo que la sustancia se transmuta en fuego tanto como en
semilla, y de esto, se cumple de nuevo una ordenación exactamente igual a la
anterior. Dicen los estoicos que cuando los astros en su movimiento hayan
tornado al mismo signo y a la propia longitud y latitud en la que se encontraba
cada uno al principio, cuando por primera vez se constituyó el universo, en
esos ciclos de los tiempos se cumple una conflagración y destrucción de los
seres; y de nuevo, desde el principio, se retorna al mismo orden cósmico; y de
nuevo, moviéndose igualmente los astros, cada suceso acaecido en el ciclo
precedente, vuelve a cumplirse sin ninguna diferencia.” (Estobeo, Eclogae, I,
171, 2)
“Dicen
que la virtud es una disposición interna del alma, concorde consigo misma para
toda la vida; una disposición interna, constante y conforme que convierte en
loables a aquellos en los cuales se halla; por esto la perfecta virtud es una
igualdad de vida y una forma de vida en todo y por todo en armonía consigo
mismo: lo que no puede darse si no se posee la ciencia de las cosas y el arte,
por los cuales se conocen las cosas humanas y las divinas.” (Séneca, Epístola a
Lucilio, 31, 8)
“Dice que algunas de las obligaciones son
perfectas, y las llaman también acciones rectas; rectas son las acciones
conformes a la virtud, como el ejercer prudencia o justicia (Estobeo, Eclogae,
II, 7, 8, 85)
El mal… tiene una razón propia: porque
también él nace, en cierto modo, según la razón de la naturaleza, y, por así
decir, no nace sin utilidad para el todo: pues de otra manera no existirían los
bienes. Crisipo dice en el libro IV de la Providencia: … no es posible en
absoluto ser más rudo que éstos, los cuales creen que hubiesen podido existir
los bienes, sin que, conjuntamente, existiesen también los males. Pues siendo
los bienes contrarios a los males, es necesario que ambos opuestos se mantengan
sostenidos recíprocamente como por mutuo y contrario esfuerzo: pues no se da
contrario (por contrario que sea) sin el otro contrario.” (Gelio, Noches
áticas, VII, 1)