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miércoles, 17 de junio de 2020

La Filosofía y la pospandemia.


(Aquí resumo el panorama a través de las intervenciones más influyentes de algunos pensadores actuales).

El texto original fue publicado en la Revista Crisis por: 

ALEJANDRO GALLIANO, 15 DE JUNIO DE 2020. crisis #42

¿Por qué la filosofía está ante el apocalipsis que siempre soñó y apenas balbucea?
Los intelectuales críticos no parecen estar a la altura del desafío histórico que supone la pandemia.

En épocas de catástrofes, las sociedades abrazan a sus soberanos y desprecian a sus pensadores. En Estados Unidos y Brasil vemos marchar a partidarios de Trump y Bolsonaro animando a la gente a romper la cuarentena. En Argentina, el carisma neoalfonsinista de Alberto Fernández parece ser la principal tecnología de gobierno para prolongar el confinamiento.
Giorgio Agamben: El 26 de febrero, con más 80.000 casos de contagio confirmados, el filósofo italiano publicó una breve columna de opinión. Allí afirmaba que el Covid-19 era apenas una gripe y que el verdadero sentido de la alarma era extender el estado de excepción para que los gobiernos controlaran aún más a la sociedad.
Slavoj Žižek, al  día siguiente de la columna de Agamben, cuando el virus ya había alcanzado a 46 países, publicó en Russia Today una nota titulada “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo”. Allí el esloveno apostaba por el colapso del capitalismo, un gobierno global que se hiciera cargo de la crisis y una nueva oportunidad para un “comunismo basado en la confianza de las personas y en la ciencia”.
Estas interpretaciones de Agamben y Žižek marcaron las dos rutas que tomarían todas las interpretaciones posteriores del Covid-19: o como una excusa para vigilar y castigar, o como una oportunidad para resetear al capitalismo financiero hacia un sistema mejor. 
Byung-Chul Han: La versión más coherente y exitosa de la pandemia como excusa para la vigilancia fue la del filósofo coreano que escribe en alemán y vive en Alemania. En una nota publicada en El País de España, Han señalaba que Asia, y China en particular, estaban gestionando la pandemia con éxito gracias a un capitalismo de vigilancia tecnológicamente más desarrollado y políticamente más tolerado. Occidente, en tanto, se había reblandecido por la permisividad y conformismo de la globalización y la cultura digital. A la salida de la peste, aventuró Han, China exportará su sistema de vigilancia al mundo y así relanzará el capitalismo.
El éxito de Han, un híbrido civilizatorio de notable éxito editorial, fue alimentar la recurrente crisis de autoestima de Occidente en un momento crítico.
Paul B. Preciado, días después, calcó el mapa de Han y señaló que mientras Europa apela a la disciplina del confinamiento (una tecnología medieval), Asia usa herramientas biopolíticas: testeos, vigilancia digital. Este último, concluyó, es el modelo que gobernará nuestros cuerpos.
 Gustavo Yáñez González, en América Latina el profesor chileno reprodujo los miedos de Agamben, el uruguayo Raúl Zibechi, la fascinación morbosa por la vigilancia china y la feminista boliviana María Galindo definió al Covid como “una forma de dictadura mundial multigubernamental policíaca y militar” y propuso “cultivar el contagio y desobedecer para sobrevivir”: violar la cuarentena y afrontar “la enfermedad, la debilidad, el dolor”.
La de los latinoamericanos es otro tipo de crisis de autoestima: la de intentar trasplantar la justificada paranoia europea ante los estados policiales en una región en donde los aparatos estatales apenas gobiernan la superficie de sus poceadas sociedades.
A medida que se apilaban los féretros, interpretar la pandemia como una oportunidad de cambio social se volvió más temerario. Algunos optaron por un razonamiento oblicuo.
David Harvey, en “Política anticapitalista en tiempos de Covid-19”: “las únicas medidas políticas que van a funcionar, tanto económica como políticamente, son bastante más socialistas que cualquier cosa que pudiera proponer Bernie Sanders”, pero a cargo de un Trump que, “si es sabio, cancelará las elecciones sobre la base de una emergencia y declarará el principio de una presidencia imperial”. La única política anticapitalista que parece concebir Harvey es la que puede llegar a aplicar el propio Trump.
 Franco Berardi: del mismo tono es el desplazamiento del sujeto de este autor; “Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus”. En efecto, para Berardi el neoliberalismo deprimió al espíritu revolucionario. Pero la llegada de la pandemia “nos obliga a aceptar la idea de estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo”: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo, igualdad, frugalidad, etc.
El extraño optimismo de Harvey y Berardi expresa hasta cierto punto una claudicación política: asumir que no hay sujeto político anticapitalista, que las tareas del proletariado las debe asumir Trump, un virus o cualquier otra cosa. Comunismo por interpósita persona.
Arquitectos del nuevo mundo
Si el Covid nos obliga a rediseñar nuestras sociedades, conviene tener en radar a dos pensadores aún poco conocidos en Argentina. Uno es Yuk Hui, un filósofo hongkonés que enseña en la Universidad Bauhaus de Weimar. El proyecto de Hui es reconstruir comunidades a partir de la tecnología, ya no como herramienta sino como “relación con el cosmos”. Los males de la época son para Hui resultado de la cultura “monotecnológica” de la globalización que aplaca toda diversidad (cultural, biológica) imponiendo un modelo técnico sin arraigo en las sociedades. La lucha contra el Covid acelerará la digitalización.
El mundo pospandemia que nos propone Hui está al borde del tribalismo o el chauvinismo tecnológico. Más grave aún es que su modelo de “cosmos técnico” sea China, una potencia en ciernes que no promete respetar diversidades.
Benjamin Bratton, un sociólogo norteamericano que trabaja para Strelka, un instituto privado de urbanismo con base en Moscú: la única manera de superar la crisis climática es mediante una planificación global de espacios artificiales para cada especie, incluyendo la humana. Habitar la Tierra como si fuéramos colonos de un planeta desconocido. Y la cuarentena es un buen laboratorio para ello: la automatización y el testeo masivo perfeccionan la gobernanza; la reclusión nos permite repensar la vivienda y la escasez nos obliga a planificar estratégicamente la economía; la epidemiología nos enseña a ver a la sociedad como un todo y la gestión de la pandemia nos permite pensar al planeta como un artificio programable.
Bratton propone ser pragmáticos, comparar modelos y adoptar lo que sirva. Pero su solucionismo tecnológico lo lleva a relativizar al capitalismo de vigilancia y favorecer la intervención de un ejército trasnacional en donde hiciera falta. No por nada se dedicó a ridiculizar los temores de Agamben desde su cuenta de twitter. Los arquitectos del nuevo mundo parecen no tener lágrimas por las libertades perdidas.
En medio de todo el ruido filosófico, el venerable Alain Badiou se confinó voluntariamente, entendió que las pandemias son inevitables en un capitalismo donde la mugre de un viejo mercado de Wuhan está inmediatamente conectada al comercio global chino, y que los estados nacionales tienen poco que hacer ante crisis globales. Y propuso aprovechar la cuarentena para pensar en la mejor estrategia comunista para después de la pandemia. Nada nuevo saldrá de otra peste como tantas conoció el mundo.
¿Por qué en medio de una catástrofe que altera a todo un sistema, los críticos profesionales de ese sistema no saben qué hacer? ¿Por qué la filosofía se encuentra ante el apocalipsis que siempre soñó y apenas balbucea? Muchas intervenciones son brillantes, sólidas, agudas, pero luego de leerlas vemos todo igual que antes. Quizás la democracia feroz de las redes sociales ya lijó toda voz autorizada. Una razón puede ser que ante un evento totalmente inesperado la primera reacción de casi todos los intelectuales fue acomodarlo en su sistema conceptual: el estado de excepción de Agamben, la sociedad del cansancio de Han, el malestar del cuerpo político de Berardi, la pornofarmacopea de Preciado… pareciera que es más fácil que el Covid cambie al mundo a que un intelectual revise sus conceptos.
Enamorados de sus propias ideas y sin capacidad para ofrecer más que lo que la mayoría de sus lectores ya teme o sueña, es difícil que los filósofos de la pandemia ofrezcan nada nuevo. Serán cronistas pero no profetas.

El camino de la búsqueda está marcado por la esperanza.

9.    El camino de la búsqueda. 
El camino de la búsqueda está marcado por la esperanza, aunque es importante no confundir esperanza con quimera. La esperanza implica desear y tender hacia algo posible. Si uno considera imposible alguna meta jamás podrá alcanzarla. El creer que nuestras metas pueden hacerse realidad es una componente fundamental de su posibilidad. De ahí la importancia de desear lo posible o ver como posible lo que se desea, para lo cual es necesario realizar un análisis previo de las condiciones de posibilidad de nuestros objetivos, ya que es fácil convertir una fantasía en una meta real, y en  consecuencia, la frustración acaecería de una manera segura. Es fundamental plantearse metas posibles y a partir de ahí luchar por ellas.
Aunque no es lo mismo tener esperanza para uno mismo que para con los demás, puedo afirmar que cuanto más ambiciosa sea una meta más necesitamos tener esperanza, sobre todo porque es posible que los resultados se den a medio o largo plazo e, incluso, que a veces no lleguemos a verlos nunca a pesar de que podamos estar convencidos que se obtendrán. Lo que vamos consiguiendo en el proceso de nuestra propia búsqueda personal es algo tangible (tanto los logros como los fracasos) pero aquellas esperanzas puestas en los demás no las veremos de un modo tan nítido. Podemos depositar mucha esperanza en la educación de nuestros hijos, incluso suscitarles rumbos que consideramos positivos para su vida, pero los resultados los iremos viendo poco a poco y en algunos casos, nunca. Pero esta es una característica de la esperanza depositada en otros.
Tengo esperanza en el ser humano. Creo en la educación como medio de construir una sociedad más justa y solidaria, en contribuir a la consecución de un mundo mejor para nosotros y nuestros descendientes y nos anima la confianza en los demás y en el futuro.
De esta manera, la búsqueda si es esperanzada, ya es de por sí un logro, un resultado. Pero esta actitud abierta y optimista hacia el futuro, solo puede surgir a partir de un profundo sentimiento individual; solo podemos creer en los demás si creemos en nosotros mismos.
También habría que distinguir la esperanza como actitud vital de optimismo radical respecto del futuro, de la esperanza entendida como sentimiento concreto frente a los retos de la vida cotidiana. Es verdad que, a veces, lo segundo se nutre de lo primero, pero es necesario hacer algunas precisiones. La esperanza como sentimiento personal tiene mucho que ver con los sentimientos de autoestima y confianza en uno mismo. De ahí la importancia de fijarse metas posibles. Porque de este modo cosecharemos resultados que a su vez aumentarán más nuestra autoestima. Plantearse metas imposibles nos aboca al fracaso. Y plantearse continuamente este tipo de metas nos llevaría a la frustración continua o, incluso, a la desolación. De ahí la importancia de realizar una crítica de nuestra propia filosofía personal y a partir de ahí construir una filosofía de la esperanza que nos oriente en la consecución de nuestras metas y nos permita conseguir resultados, al ser capaces  de perseguir fines posibles y realizables. 
(De AGÜERO, E. Filosofía y Terapia, p. 101)


miércoles, 10 de junio de 2020

El futuro de la filosofía como búsqueda del significado.

Un texto de Moritz Schlick 

«Nuestra conclusión es que se ha malentendido la filosofía al pensar que los resultados filosóficos se pueden expresar en proposiciones y que puede haber un sistema de filosofía consistente en un sistema de proposiciones que representarían las respuestas a cuestiones "filosóficas". No hay verdades "filosóficas" especificas que contengan la solución de problemas "filosóficos" específicos, sino que la filosofía tiene la misión de encontrar el significado de todos los problemas y sus soluciones. Debe definirse como la actividad de buscar el significado. La filosofía es una actividad, no una ciencia; pero esta actividad, naturalmente, está en acción constantemente dentro de cada ciencia, porque antes de que las ciencias puedan descubrir la verdad o falsedad de una proposición tienen que averiguar su significado. Y a veces, en el curso de su tarea, se sorprenden al descubrir, mediante los contradictorios resultados a los que llegan, que han estado usando palabras sin un significado perfectamente claro, y entonces tendrán que volver a la actividad filosófica de clarificación y no podrán continuar la búsqueda de la verdad hasta tanto no haya tenido éxito la búsqueda del significado. De este modo, la filosofía es un factor extremadamente importante en el seno de la ciencia y con justicia merece ostentar el nombre de "La Reina de las Ciencias". La Reina de las Ciencias no es ella misma una ciencia. Es una actividad que todos los científicos necesitan y que penetra todas sus restantes actividades. Pero todos los problemas reales son problemas científicos. No hay otros. Y qué ocurre con esos grandes problemas que siempre se han considerado -o más bien, respetado- como “problemas filosóficos" específicos durante tantos siglos? [...]. El destino de todos los "problemas filosóficos" es éste: algunos de ellos desaparecerán al quedar claro que se trata de equivocaciones y malos entendimientos de nuestro lenguaje, y el resto se descubrirá que son cuestiones científicas ordinarias disfrazadas, Estas observaciones determinan, en mi opinión, todo el futuro de la filosofía.» (Schlick, 1981, pp. 289-291, en AGÚERO E. Filosofía y Terapia, UPCM, 2019, texto nº 47, p. 118).

miércoles, 3 de junio de 2020

El fascismo del siglo XXI

El fascismo del siglo XXI ya es una seria amenaza

(LA VOZ DE ASTURIAS, OPINIÓN, 26/06/2018 H. 05:00)

"Aunque pueda resultar cómodo en una conversación informal, siempre me desagradó el abuso del calificativo de fascista para desacreditar a cualquier conservador, por reaccionario que sea. Ese tipo de generalizaciones solo sirve para oscurecer el análisis de la realidad, presente o pasada, y para desvirtuar la utilidad de la palabra para definir una ideología o un movimiento político. Sucede lo mismo con el uso indiscriminado del adjetivo comunista por parte de la derecha. Puede, por lo tanto, parecer una contradicción que considere al fascismo como una amenaza en un mundo en el que, salvo en contados países, no existen movimientos políticos que defiendan abiertamente el Estado totalitario, con partido único, y se apoyen en milicias uniformadas y violentas, e incluso donde tienen cierta presencia, como Amanecer Dorado en Grecia, su fuerza electoral es limitada. Es cierto, quizá en el futuro puedan llegar a confluir con los que hoy suponen la verdadera amenaza para la democracia liberal, pero ellos carecen de apoyo social significativo y no tienen posibilidad de hacerse con el poder. El problema está en la nueva derecha antiliberal, nacionalista, xenófoba y con frecuencia fundamentalista religiosa, un rasgo que la aleja del fascismo clásico, que, aparentemente, no reniega de la democracia, pero sí de la libertad y de los valores de la Ilustración que sustentan las auténticas democracias. Hay razones para considerarla un nuevo tipo de fascismo adaptado al siglo XXI.
Esa derecha autoritaria, nacionalista y xenófoba, gobierna ya en varios países del este de Europa y ha logrado entrar en los ejecutivos de Austria e Italia. La desgraciada llegada de Trump a la presidencia de EEUU la ha fortalecido. Es probable que si los Putin, los Kaczynski, los Orbán, los Erdogan, los Salvini, lo Strache, los Le Pen o Alternativa por Alemania logran consolidarse en el poder, o hacerse con él, no lleguen a establecer un régimen de partido único, pero eso solo será la fachada de una moderna variante de dictadura. Todos comparten rasgos comunes con los fascismos y los movimientos autoritarios del periodo de entreguerras, o ibéricos de la posguerra: nacionalismo exacerbado, desprecio por las libertades y derechos individuales, rechazo a la libertad de prensa, xenofobia, cuando no racismo manifiesto, machismo, rechazo a un principio fundamental de la democracia liberal como es la separación de los poderes del Estado y, sobre todo, a la independencia de la justicia.
Orbán dice que quiere establecer un nuevo tipo de democracia. Su planteamiento no es tan nuevo, se trata de la versión fascista de la «voluntad general» de Rousseau. Una voluntad que se sustenta en las raíces históricas y culturales de la patria, en los valores nacionales, estrechamente ligados a la religión. Quien no los comparte es ajeno al pueblo, extraño, extranjero, no puede formar parte de esa «voluntad general» porque no pertenece a la comunidad. Hitler no necesitaba elecciones para interpretar y dirigir la voluntad del pueblo; Mussolini, Franco o Salazar las realizaban sin oposición; sus émulos del siglo XXI estigmatizan la disidencia, la privan de medios de expresión, la condenan en los tribunales por falsos delitos comunes y establecen sistemas electorales que, a imitación de la famosa ley Acerbo, el Duce es el maestro, multiplican los diputados de la mayoría en el parlamento.
Hasta ahora el peligro parecía lejano, se circunscribía al Este recién liberado del estalinismo, sin experiencia democrática, o a la asiática Turquía. Las alarmas se disparan cuando llega al gobierno en Austria y en Italia y parece acercarse en Alemania.
Que Matteo Salvini, ministro del interior de Italia, justo en el 80 aniversario de las leyes raciales de Mussolini, haya propuesto realizar un censo de gitanos y su gobierno no haya caído es motivo suficiente para considerar que la infección es grave y está llegando al corazón de Europa. Una de las cosas que establecían las medidas racistas de 1938 era precisamente un censo de judíos: los extranjeros serían inmediatamente expulsados, con los italianos no había más remedio que quedarse, más adelante muchos serían entregados a los nazis, pero se los sometía a una terrible discriminación en la sociedad. Salvini no se atrevió todavía a proponer esto último, pero, como denunció la comunidad judía italiana, copia a Mussolini en lo primero. El censo no podrá realizarse, pero el político que lo propone es indigno y lo peor es que siga ocupando el cargo. Sus declaraciones sobre los inmigrantes, «carne humana», y el cierre de los puertos italianos solo confirman su catadura moral, la amenaza de quitarle la escolta al escritor Roberto Saviano porque lo critica debería disipar cualquier duda.
Italia tiene razón al reclamar que el problema de la recepción de los inmigrantes no recaiga solo sobre los países fronterizos, el sur más afectado por la crisis, pero no puede hacerlo de esta manera y el racismo que ponen en evidencia la propuesta sobre los gitanos y el trato que la extrema derecha da a la población italiana de color es inaceptable.
Era previsible que la crisis favoreciese el crecimiento de la extrema derecha nacionalista como reacción a la austeridad impuesta por las políticas económicas neoliberales, pero alarma más que se fortalezca cuando sus efectos están desapareciendo y, sobre todo, que sea en países que no la sufrieron o que, al menos, no llegaron a ser intervenidos. En algunos casos el impulso vino de la insolidaridad, de la mezcla del miedo al contagio con la negativa a apoyar a los pobres derrochadores que sufrían a causa de su vagancia y despilfarro. En todos se mezcló con una campaña, sin fundamento por lo exagerada, sobre la amenaza de la inmigración. El terrorismo islámico contribuyó, sin duda, a incrementar el temor. En Italia especialmente, pero es algo bastante general, puso la guinda el justificado desprestigio de la élite política y de los partidos tradicionales, en todas partes se habían convertido en monstruos burocráticos, incapaces de generar ideas y menos de crear ilusiones. Eso cuando no estaban enfangados por la corrupción.
Ese puede ser el diagnóstico de las causas, pero ¿cuál es la solución? La inmigración no la tiene a corto plazo. No hay perspectivas de un final razonable para la crisis de los refugiados. Siria o Yemen se estabilizarán por medio de la barbarie, con el apoyo de la Rusia de Putin, en un caso, y de los EEUU de Trump, en el otro, aunque puede que a este último tampoco le disguste la victoria de El Asad más que en apariencia. El conflicto de Palestina continuará enquistado, el de Afganistán no tiene mejores perspectivas. Las tiranías tienden a aumentar en África y Asia. ¿Qué estímulo tendrán para regresar a sus hogares? La emigración por motivos económicos exigiría un plan Marshall para África y aun así no desaparecerían las causas con rapidez.
Europa debe comprometerse en la búsqueda de soluciones a largo plazo, pero en lo inmediato sería importante que intentase combinar una regulación de la inmigración económica, respetuosa con los derechos humanos y las propias necesidades del continente, con una razonable y equilibrada política de asilo y una activa pedagogía política.
En cualquier caso, se ha llegado a un punto en el que la ofensiva reaccionaria va mucho más lejos del problema de la inmigración. La única respuesta es la política y se ve muy dificultada por la crisis de la izquierda, que debería ser el principal baluarte de la democracia. No solo porque la derecha democrática, como sucedió en el periodo de entreguerras, esté muy presionada por el ascenso de la radical y, en consecuencia, sea proclive a acercarse a ella en sus propuestas e incluso a formar gobiernos de coalición, sino porque la propia izquierda ve cómo la extrema derecha atrae a buena parte de sus votantes tradicionales. Las izquierdas no han sabido adaptarse al final de la guerra fría, necesitan renovar su discurso y la defensa de la democracia, la libertad, los derechos sociales y un humanismo cosmopolita deberían ser sus ejes fundamentales.
Mientras llega esa recomposición de las izquierdas, el objetivo es fortalecer la democracia. No caben las cesiones hacia el nuevo fascismo, ni en la UE ni en cada país. Tampoco hay lugar para extrañas componendas, que solo sirven para fortalecer a la extrema derecha, Italia es un ejemplo demasiado triste."
Nota: este artículo, publicado hace dos años, es de plena actualidad y aún estaba por llegar la crisis de la pandemia.

lunes, 1 de junio de 2020

Textos sobre la crisis del 2012 (para debatir en nuestro seminario de filosofía).

Textos complementarios para la sesión virtual del 3 de junio.
(Todos publicados en 2012, durante la anterior crisis).

¿Qué hacer ante la actual crisis? (J. Rancière)

"Nos hallamos en una situación donde cada día se hace más evidente que los estados nacionales sólo actúan como intermediarios para imponer a los pueblos las voluntades de un poder interestatal, a su vez estrechamente dependiente de los poderes financieros. Un poco en todas partes de Europa, los gobiernos, tanto de derechas como de izquierdas, aplican el mismo programa de destrucción sistemática de los servicios públicos y de todas las formas de solidaridad y protección social que garantizaban un mínimo de igualdad en el tejido social. Un poco en todas partes, pues, se revela la oposición brutal entre una pequeña oligarquía de financieros y políticos, y la masa del pueblo sometida a una precariedad sistemática y desposeída de su poder de decisión (...). Por lo tanto, se dan, es cierto, las condiciones de un momento político, es decir, de un escenario de manifestación del pueblo frente a los aparatos de dominación. Pero para que tal momento exista, no basta con que se dé una circunstancia: es asimismo necesario que esta sea reconocida por fuerzas susceptibles de convertirla en una demostración, a la vez intelectual y material y de concretar esta demostración en una palanca capaz de modificar la actual balanza de fuerzas". (J. Rancière).

Estamos en guerra (L. Bassets)

No es una crisis, es una guerra. Una guerra de nuevo tipo, incruenta, sin pérdidas humanas ni destrucción de ciudades e infraestructuras. Pero guerra al fin: hay unos países que se ven obligados a cambiar gobiernos, reformar instituciones y modificar el modelo de sociedad sin que exista consenso de sus poblaciones, y a veces ni siquiera entre sus líderes. Si la guerra se explica por el propósito de quien la declara de imponer su voluntad sobre el país atacado, lo que estamos viviendo estos días según esta teoría no es más que el momento álgido de una guerra geoeconómica, en la que los países más débiles, los intervenidos, se ven obligados a entregar su soberanía y cumplir las órdenes de los que los intervienen. (L. Bassets, en El País, 15/07/12)

España a la deriva. Europa amenazada. (E. Agüero Mackern, publicado en julio de 2012).

La situación no puede ser peor. El estado de desgobierno en la que nos encontramos acentúa aún más la debilidad del país. Jamás saldremos adelante si nuestro gobierno acepta de manera dócil y cómplice todas las condiciones con las que nos sojuzga el poder de los mercados y de los países que de ello se benefician.

¿No sería posible plantar cara? Y decir ¡hasta aquí hemos llegado! No aceptamos más recortes, mantenemos nuestros servicios sociales (lo que queda de ellos) y no pagamos ni un euro más de la deuda - resultado del fraude sistemático, la malversación del dinero público y la especulación salvaje por parte de los corruptos de dentro y fuera el país.

¿Qué es lo peor que nos pudiera pasar si nos plantamos? ¿Salir de Europa? ¿Y eso es malo?

Por otra parte, ante la amenaza real de irnos de la E.U. quizás nos respeten más. Con la actitud obsecuente del gobierno solo conseguimos que nos desprecien y humillen más. Además, si España sale del euro y de Europa, la propia Europa se va al garete, lo que produciría un efecto dominó... caería Europa entera, Occidente, EEUU, las potencias emergentes, etc. El problema de la deuda española (o de cualquier otro país de la Unión) es un problema de Europa y de la economía mundial.

Con mayor o menor dolor y sufrimiento se avecina un cambio de época. Y la transición será todo lo traumática que quieran nuestros insaciables e ineptos políticos y financieros. Aunque la sociedad, el pueblo llano, algo tendrá que decir (y hacer) ¿o no?

"Rescate" significa pérdida de soberanía. (E. Agüero Mackern, octubre de 2012).

El rescate financiero de un país significa intervención económica y política. O sea, pérdida de autonomía y capacidad de decisión sobre la propia política económica. Esto es, intervención política en toda regla. Es el fin de la democracia y la dominación política del país por parte del poder económico internacional (el mismo que nos ha sumido en la crisis).
Si España es “rescatada”, se acabó España. Ya no decidiremos cómo queremos vivir y cuáles son nuestras prioridades. Solo seremos una sociedad de “pagadores” sometidos a los mercados. Y ellos decidirán sobre la salud, la educación, la justicia y el futuro de nuestros conciudadanos. Y nuestros gobernantes solo serán ”vigilantes de seguridad” del poder económico internacional. Solo deberán asegurar a los “rescatadores” que pagaremos, además de controlar que nadie se mueva y que ni siquiera se nos ocurra rechistar… Y lo peor es que esto puede pasar mañana o pasado.