La filosofía desde sus inicios fue un tipo de
indagación acerca de los problemas del ser humano: los problemas reales, más
allá de elucubraciones ocurrentes y sin sentido. La filosofía nace como una
actitud interrogadora acerca de las cuestiones más acuciantes del hombre de una
época. El primer problema que a este se le presenta es el interrogante sobre la
naturaleza, se pregunta por el entorno en el que le toca vivir. Lo primero que
necesitamos es situarnos en él. Reconocer nuestro contexto real, de lo contrario
estamos perdidos.
Si siguiéramos el decurso de la propia
historia de la filosofía en nuestra vida personal podríamos ver claro cómo, muchas veces,
vivimos en un contexto, sin ser plenamente conscientes de él. Sin caer en la
cuenta de la enorme importancia que adquiere en nuestra vida el marco en el que
se desarrolla. Por eso una de nuestras principales tareas desde el punto de
vista de la filosofía que profesamos es la de identificar las coordenadas de
nuestra propia vida personal, esto es, nuestra propia originalidad incardinada
en un contexto concreto.
Una vez que el ser humano -en la antigüedad
clásica- obtuvo respuestas satisfactorias al problema de la naturaleza le llegó
el momento de indagar en sí mismo. Surge el problema del hombre en el sentido
más apremiante y concreto. Este interrogante surge como la pregunta por
nosotros mismos (conócete a ti mismo). Y la solución a esta cuestión nos hace
también dirigir la mirada hacia la sociedad, a los hombres unidos en la
comunidad política. Y esta tampoco es una elucubración abstracta y meramente
teórica, es un interrogante vital en cuya solución nos jugamos nuestra propia
vida como personas.
Una buena manera de empezar para los que se
acercan a la filosofía por primera vez,
es con la lectura de las enseñanzas de vida que están presentes en los
textos filosóficos.
Pero no siempre es fácil
que nos surjan estos interrogantes. Algunas veces es necesario haber
experimentado lo que llamamos “situaciones-límite”. Otras, necesitamos a
alguien que nos saque de la inopia. Que nos haga dirigir la mirada hacia donde
hay que mirar. Nos referimos a la figura del
maestro. Esta fue la labor de los filósofos en la época clásica. Eran
maestros de vida. El ejemplo más conocido lo tenemos en Sócrates y esa
tradición se mantuvo en Europa y Occidente hasta el fin de la Ilustración,
aunque de una manera un poco diferente a la originaria. (En la vertiente
oriental la tradición primigenia se mantiene aún casi con la misma vigencia que
en los orígenes).
Desde mediados del siglo XIX la filosofía, en
una buena medida, se convirtió en “filosofía académica”, en investigación
erudita y especializada que muchas veces nada tiene que ver con los problemas
del hombre concreto ni con la vida real de las personas. De ahí que el
filósofo, si verdaderamente quiere ser tal, en buena medida debe abandonar los
claustros y salir a la calle. La misión del filósofo (al menos de algunos) es
la de ser maestros, en el más puro estilo socrático. Debemos hablar el lenguaje
de la gente. No son necesarios tecnicismos para abordar y referirnos a los
problemas reales que esperan soluciones.
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