El primer procedimiento al que acudieron los hombres desde la antigüedad para expresar y
dominar la experiencia fue el lenguaje. A través del lenguaje el hombre pasó del estado individual
de asombro primigenio a compartir con otros semejantes el conocimiento y participar con los demás
en la elaboración y construcción del saber de la humanidad.
En la antigua Grecia se poduce una circunstancia decisiva en la historia del lenguaje y del
saber: la constatación de la insuficiencia del lenguaje ordinario o común como vehículo adecuado
de la incipiente epistéme. Con esta crisis del lenguaje se vincula el nacimiento del pensamiento
científico considerado como actividad humana autónoma. Fue esta crisis la que impulsó al hombre a
intervenir decididamente en las estructuras lingüísticas y posibilitó la construcción de sistemas
racionales para la expresión científica.
El descubrimiento de los defectos y ambigüedades del lenguaje ordinario llevó al hombre a
indagar acerca de cuál es el origen de las deficiencias encontradas y de ese modo hacer posible su
erradicación. Esto lo condujo al estudio de la logicidad intrínseca del lenguaje, al conocimiento de
su estructura interna y a valorar su carácter instrumental en la creación científica.
Esta profunda reflexión sobre el lenguaje fue una de las conquistas máximas del
pensamiento griego durante el siglo V a.C. Los griegos de esta época aprendieron a conocer el
complejo sistema de la lengua, descomponiendo y reelaborando los razonamientos más diversos,
construyendo las argumentaciones más sutiles y artificiosas y desmontando las concepciones, ideas
y conceptos tradicionalmente tenidos como los más sólidos e irrefutables.
La primera teoría completa y sólidamente construida la constituye la concepción platónica
que considera que existe una idea inmutable y perfecta de cada cosa que existe. Más aún, idea y
cosa se identifican. El lenguaje necesariamente es expresión de las ideas y se ajusta impecablemente
a las cosas nombradas en tanto éstas son concreción, más o menos imperfecta, de las ideas.
El hombre, originariamente, conocía las ideas y, por tanto, poseía el lenguaje preciso que las
contenía. La antropología platónica, heredera del mito, caracteriza al hombre con rasgos divinos. El
hombre terrenal, material, es una degradación del hombre originario que conoció un estado
paradisíaco. Precisamente el hombre, cuando habitaba en el mundo de los dioses, poseía de modo
perfecto la ciencia, esto es, el conocimiento de las ideas y también los nombres adecuados de cada
una de ellas.
El hombre terrenal, corpóreo, ha olvidado el auténtico conocimiento y se encuentra sumido
en el error. Pero tiene la posibilidad de retornar al paraíso perdido si toma conciencia de su
ignorancia y se apresta al auténtico conocimiento. Será necesaria una auténtica conversión a la
επιστημη epistéme, que le permitirá encaminarse en dirección a la areté - la virtud-, que no es otra
cosa para Platón que el conocimiento de la verdad.
Pero la verdad está en el alma de cada hombre. Es necesario volver la mirada (orthótes) a
nuestra interioridad para ir descubriendo, o mejor, redescubriendo, los vestigios de las verdades
inmutables, de las ideas. Conocer las ideas es conocer las cosas tal cuales son. La inteligencia
humana es absolutamente apta para conocer la verdad. El hombre parte de una situación de total
sabiduría, a la cual puede retornar si descubre el camino de la filosofía.
Aristóteles, en tanto discípulo de Platón, no dudará jamás de que el hombre es completamente apto para conocer la esencia de las cosas. El lenguaje natural es un sistema de
nombres trabados entre sí según unas reglas precisas (Organon). Los nombres expresan las ideas,
representación intelectual de las esencias, y se refieren a las cosas, todo en una perfecta armonía
ontológica, lógica y gnoseológica.
De un modo muy general se ha hablado siempre de idealismo platónico y realismo
aristotélico. Sin embargo, en este tema no vemos una sustancial diferencia entre sus concepciones.
Para ambos el auténtico conocimiento debe ir orientado a la verdad y ambos buscan la ciencia, y
ésta sólo es posible si conocemos la esencia de las cosas. También para ambos el contenido de las
ideas es, precisamente, la esencia, y también para ambos los nombres (ónoma) expresan las ideas y
señalan las cosas.
En un cierto sentido habría que hablar de realismo en ambos filósofos, porque en los dos el
objetivo del auténtico conocimiento es conocer la esencia de las cosas. Ninguno de los dos dudan de
que la inteligencia humana es perfectamente adecuada para conocer las cosas tal cuales son, en su
esencia. Está subyacente la concepción prometeica del hombre-dios, del héroe, que lo es
precisamente por esa capacidad natural de conocer la verdad.
La distinción habitual realismo/idealismo, sin embargo, se refiere más al modo en como se
accede al conocimiento de la esencia y también al papel que en este proceso juegan los sentidos.
Más estrictamente, esta diferencia está marcada por dos caminos distintos de conocimiento:
reminiscencia platónica o abstracción aristotélica.
En cualquier caso, los filósofos antiguos (incluídos los romanos) consideraban el griego
como la lengua de la razón y el propio Aristóteles elabora su sistema de categorías basándose en las
categorías gramaticales de su lengua: el griego. Lógos significa tanto pensamiento como lenguaje.
Así es como, según se mire, hablamos de realismo platónico/aristotélico o de realismo
griego. Eso sí: un realismo ingenuo. En este sentido, cualquier intento de encontrar una lengua
universal que implique una vuelta a la lengua adámica del Paraíso o retornar al ontologismo del
realismo ingenuo griego está abocada al fracaso.
Podemos fácilmente advertir la oposición existente entre la concepción bíblica del lenguaje
originario (eficacia del lenguaje/creación) y la que se deriva del realismo ingenuo griego. Ante esto,
creemos que hay que insistir en rescatar el carácter eficaz del lenguaje y por otra parte abandonar
toda concepción que parta de los fundamentos del realismo ingenuo.
Existen cosas ‘para-el-hombre’ porque existen palabras para nombrarlas. El universo de los
nombres agota el universo del mundo, de la realidad ‘para-el-hombre’. El lenguaje humano también
se define por su carácter eficaz. Nombrar algo es darle sentido y entidad. La poesía constituye uno
de los testimonios más interesantes: "los poetas son los que ponen nombres a las cosas".
Lo mismo que ocurre en el plano ontológico -el plano de los entes, de las cosas (res), de la
realidad-, también se da en el plano formal de la ciencia. La ciencia no es otra cosa que el conjunto
de los enunciados científicos. Y la verdad científica no es otra cosa que un enunciado bien
formulado. Sólo tiene entidad científica lo que puede ser expresado en un enunciado o proposición
lógicamente válidos. Nuevamente la eficacia del lenguaje que define entidades e instaura verdades.
Hoy en día, la pragmática filosófica estudia la eficacia de los usos del lenguaje y amplia la
cuestión del significado de los nombres, problema tradicionalmente semántico, a los hechos
lingüísticos concretos, esto es a los llamados actos de habla.
Como se puede ver, la dimensión eficaz del lenguaje, que se encuentra en las raíces de
nuestra cultura, debía ser rescatada, lo cual dará importantes frutos en el camino de la posesión del
lenguaje por parte del hombre, o lo que es lo mismo, en la autoposesión del propio hombre.
Pero el lenguaje también debe ser considerado como diálogo (la palabra griega diálogos se
refiere tanto a la mayéutica socrática como a la dialéctica platónica). Esto también se da en el
lenguaje considerado como comunicación de la buena nueva en el Nuevo Testamento, el cual puede
ser comprendido en toda su profundidad y sentido precisamente a la luz de una interpretación
dialógica.
El lenguaje se convierte en el único camino para llegar a la verdad. La verdad está en
nuestro interior, en nuestra alma. Es a través del diálogo como Sócrates consigue que el esclavo
Menón resuelva las más complicadas cuestiones matemáticas. La mayéutica socrática permite que
el interlocutor o el discípulo vaya encontrando las palabras adecuadas en tanto vayan surgiendo
como respuestas a las interrogaciones del maestro. Estas palabras son expresión fiel de las verdades,
de las ideas, que cada hombre guarda en el interior de su alma. A través del método mayéutico el
hombre alumbra el lenguaje desvelador de la verdad. El hombre llega a la verdad cuando la expresa
en el discurso. Y este discurso desvelador siempre surge del diálogo. La dialéctica platónica de las
ideas es una expresión más elaborada de la mayéutica socrática.