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jueves, 6 de diciembre de 2018

Morir con las botas puestas.


Hace unos días estaba en uno de los encuentros de la Comunidad Filosófica. Yo tenía puestas unas estupendas botas tejanas, estupendas de verdad. Unas  “señoras botas” que yo he usado mucho para montar y que continúo usándolas con mucha frecuencia porque me encantaría morir con las botas puestas. Las posibilidades de morir con las botas puestas no usando botas son muy limitadas. Es más, es  imposible morir con las botas puestas si no las usas. Por eso hoy no me las he puesto porque no tengo ninguna intención de morir.

Estaba con mi grupo filosófico de amigos y con las botas puestas ¡lo máximo! Por eso pensaba que si yo moría ese día, con mis amigos –con mi grupo-, hablando de filosofía y con las botas puestas, hubiera sido apoteósico.  (Os ruego que registréis estas palabras para cuando tengáis que hacerme el “sentido homenaje” porque –eso sí- no quiero renunciar a ello, por más que nunca  me enteraré cómo salió).

También pensaba que no es posible ir al “Olimpo de los que llevan las botas puestas” sin ellas. Recordemos que Sócrates no quiso exiliarse de Atenas (ofrecimiento que rechazó y prefirió aceptar la ejecución de la pena de muerte a la que había sido condenado), porque fuera de Atenas no hay salvación posible. Sin botas tampoco.

(Así introducía hace unos meses una de mis clases de filosofía).

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