Hace unos días estaba en uno de los encuentros de la Comunidad
Filosófica. Yo tenía puestas unas estupendas botas tejanas, estupendas de
verdad. Unas “señoras botas” que yo he
usado mucho para montar y que continúo usándolas con mucha frecuencia porque me
encantaría morir con las botas puestas. Las posibilidades de morir con las
botas puestas no usando botas son muy limitadas. Es más, es imposible morir con las botas puestas si no
las usas. Por eso hoy no me las he puesto porque no tengo ninguna intención de
morir.
Estaba con mi grupo filosófico de amigos y con las botas puestas ¡lo
máximo! Por eso pensaba que si yo moría ese día, con mis amigos –con mi grupo-,
hablando de filosofía y con las botas puestas, hubiera sido apoteósico. (Os ruego que registréis estas palabras para
cuando tengáis que hacerme el “sentido homenaje” porque –eso sí- no quiero
renunciar a ello, por más que nunca me
enteraré cómo salió).
También pensaba que no es posible ir al “Olimpo de los que llevan las
botas puestas” sin ellas. Recordemos que Sócrates no quiso exiliarse de Atenas
(ofrecimiento que rechazó y prefirió aceptar la ejecución de la pena de muerte
a la que había sido condenado), porque fuera de Atenas no hay salvación posible.
Sin botas tampoco.
(Así introducía hace unos meses una de mis clases de filosofía).
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