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lunes, 14 de diciembre de 2020

Descartes. El método, la duda y la certeza.


Última sesión de 2020 del Seminario de Filosofía para Latinoamérica. 

Reanudaremos las clases el 21 de enero de 2021 a las 17:00 (hora de España). Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay: 13:00. México: CDMX 10:00. Nayarit, Sonora, Monterrey: 9:00. Baja California: 8:00.

jueves, 10 de diciembre de 2020

De Aristóteles a Descartes


 Sesión 7/22 del Seminario "La Filosofía como Escuela de Vida". UPCM. Tres Cantos, Madrid,

martes, 8 de diciembre de 2020

La duda como método

DESCARTES Y LA DUDA (algunos fragmentos del Discurso del Método).

(Descartes (1983), Discurso del Método, Madrid, Alianza, 6a ed. Traducción, estudio preliminar y notas por Risieri Frondizi). 

Para abordar el pensamiento de Descartes (*) empezaré comentando el Discurso del Método, sin ningún tipo de introducción previa, o dicho de otra manera, nos dejaremos introducir por él mismo. 

Descartes realiza un proceso de «desaprendizaje» a partir de la duda metódica. Su punto de partida constituye una auténtica tabula rasa, un nuevo comienzo (un intento de partir de cero). 

Para nuestro autor «el buen sentido -o razón- bon sense es lo que mejor repartido está en todo el mundo»... «la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan solo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas» (Discurso, 1983, p. 69). 

Descartes define a la razón como la capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso, esto es, de juzgar bien, lo cual está referido a la búsqueda de la verdad en las ciencias; para lo que no basta en efecto tener el ingenio bueno, sino aplicarlo bien. Aquí se están poniendo las bases del pensamiento cartesiano y del racionalismo moderno. 

La primera parte del Discurso es una autobiografía «intelectual». 

Descartes considera que ha fundado un método infalible para poder conducir nuestra razón y llegar a la verdad en las ciencias y en esta obra nos lo va a exponer. 

Pero, sin temor, puedo decir que pienso que ha sido una gran fortuna para para mí haberme hallado desde joven en ciertos caminos que me han conducido a ciertas consideraciones y máximas con las cuales he formado un método que parece haberme dado un medio para aumentar gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco hasta el punto más alto a que la mediocridad de mi ingenio y la brevedad de mi vida puedan permitirme llegar. (Ib. p. 70). 

Pues tales frutos he recogido ya de ese método, que si bien al juzgarme procuro siempre inclinarme más bien del lado de la desconfianza que del de la presunción y aunque al mirar con ánimo filosófico las distintas acciones y empresas de los hombres no hallo casi ninguna que no me parezca vana e inútil; sin embargo no deja de producir en mí una extremada satisfacción el progreso que pienso haber realizado ya en la investigación de la verdad consigo tales esperanzas para el porvenir que si entre las ocupaciones que embargan a los hombres puramente hombres hay alguna que sea sólidamente buena e importante me atrevo a creer que es la que yo he elegido por mía”. (Ib.) 

Su método no solo es un método científico sino también un proyecto ético o moral. Hay una unión fundamental entre el conocimiento teórico y la praxis moral. El método para la ciencia y el método para la vida. La duda no solo es un recurso metodológico sino una duda existencial.

Desde mi niñez fui criado en el estudio de las letras, y como nos aseguraban que por medio de ellas se podría adquirir un        conocimiento clara y útil para la vida sentía yo un vivísimo deseo de aprenderlas, pero tan pronto cuando hube terminado el curso de los estudios, cuyo remate suele dar ingreso en el número de los hombres doctos cambié por completo de opinión, pues me embargaban tantas dudas y errores que me parecía que procurando instruirme no había conseguido más provecho que el de descubrir cada vez mejor mi ignorancia. (Ibidem). 

Estaba yo en una de las más famosas escuelas de Europa» (el colegio jesuita de La Flèche, que era uno de los mejores de su época), en donde pensaba yo que debían de haber hombres sabios, si los había en algún lugar de la Tierra. Ahí había aprendido todo lo que los demás aprendían y no contento aún con las ciencias que nos enseñaban, recurrí a cuantos libros podían caer en mis manos, referente a las ciencias que se consideran como las más curiosas y raras. (Ibid. p. 71). 

Conocía los juicios que los demás se formaban de mí, y no veía que se me estimase inferior a mis condiscípulos, aunque hubiese ya entre ellos algunos destinados a ocupar los puestos de nuestros maestros. Por último, nuestro siglo me parecía tan floreciente y tan fuerte en nuevos ingenios como pudiera serlo cualquiera de los precedentes. Todo esto me daba la libertad de juzgar por mí a todos los demás, y me llevaba a pensar que no había en el mundo ninguna doctrina que correspondiese a las esperanzas que se me habían hecho concebir. (Ib. p. 46). 

No dejaba por eso de estimar por mucho los ejercicios que se hacen en las escuelas, sabía que las lenguas que en ellas se aprenden son necesarias para la inteligencia de los libros antiguos, que la gentileza de las fábulas despierta el ingenio y las acciones memorables que cuentan las historias lo elevan y que leídas con discreción ayudan a formar el juicio, la lectura de todos los bue-nos libros es como una conversación con los mejores ingenios de los pasados siglos... (p. 72). 

Gustaba sobre todo de las matemáticas, «por la certeza y evidencia que posee en sus razones, pero aún no advertía cuál era su verdadero uso y pensando que solo para las ar- tes mecánicas servía, extrañábame que siendo sus cimientos tan firmes y tan sólidos no se hubiera construido sobre ellas nada más elevado (...) Profesaba una gran reverencia por nuestra teología y como cualquier otro pretendía yo ganar el cielo, pero habiendo aprendido como cosa muy cierta que el camino de la salvación está tan abierto para los ignorantes como para los doctos y que la verdades re- veladas que a ella conducen están muy por encima de mi inteligencia, nunca me hubiera atrevido a someterlas a la flaqueza de mi razonamiento pensando que para cometer la empresa de examinarla y salir con bien de ella era preciso alguna extraordinaria ayuda del cielo y ser por tanto algo más que hombre. (Ibid. pp. 73-74). 

Pero creía también que ya había dedicado bastante tiempo a las lenguas e incluso a la lectura de los libros antiguos y sus historias y sus fábulas, pues es casi lo mismo conversar con gentes de otro siglo que viajar por extrañas tierras, bueno es saber algo de las costumbres de otros pueblos [...] (Ibid., p. 72). 

Respecto de la filosofía, no tiene una actitud muy favorable de ahí estos juicios tan lapidarios: 

[...] nada diré de la filosofía, sino que al ver que ha sido cultivada por los más excelentes ingenios que han vivido desde hace siglos, y sin embargo nada hay en ella que no sea objeto de disputa y por consiguiente dudoso, no tendría yo la presunción de acertar mejor que los demás, y considerando cuán diversas pueden ser las opiniones tocante a una misma materia, sostenías todas por gentes doctas, aun cuando no pueden ser verdaderas más que solo una, refutaba casi por falso todo lo que no fuera verosímil. [...] en cuanto a las demás ciencias, ya que toman sus principios de la filosofía, pensaba yo que sobre tan endebles cimientos no podía haberse cimentado nada sólido. (Ibid. p. 74).  

Este párrafo es fundamental: 

[...] así pues tan pronto como estuve en edad de salir de la sujeción en la que me tenían mis preceptores, abandoné del todo el estudio de las letras, y resuelto a no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en mí mismo, o en el gran libro del mundo, empleé el resto de mi juventud en viajar, ver cortes y ejércitos, en cultivar la sociedad de gentes de condiciones y humores diversos, recoger varias experiencias, en ponerme a mí mismo a prueba en las cosas que la fortuna me deparaba, hacer siempre tantas reflexiones sobre las cosas que se representaban que pudiera sacar algún provecho de ellas. (Ibid. p. 75). 

En la construcción del método cartesiano hay tres «momentos» que yo denomino de la siguiente manera: la vía de los estudios, la vía del «libro de la vida» y la vía de la interioridad. 

Aquí encuentra Descartes el método y fundamenta lo que denominamos racionalismo: una corriente filosófica que considera que lo fundamental en el hombre es la razón, que es lo que nos distingue de los animales, pero también lo que nos permite distinguir lo verdadero de lo falso y ver claro no solo en el camino de la ciencia, sino también en el de nuestra propia vida. No es solo el método de la ciencia, sino también el método de la ética o moral. 

En este contexto podemos advertir que se están poniendo los cimientos de un giro antropológico que se inaugura con la filosofía racionalista en su punto de partida. Siendo el hombre el centro de la reflexión filosófica, aunque privilegiando la razón por sobre todo lo demás, motivo por el que los llamados «posmodernos» criticarán el concepto de subjetividad que produjo, según ellos, un reduccionismo del hombre a la razón. Sin embargo, a pesar de las críticas de los «pos-modernos», ni Descartes ni Kant habían soslayado la cuestión de que el hombre es también pasión y libertad (la razón práctica). 

La ciencia paradigmática y hegemónica del siglo XVII es la matemática. El gran científico de este siglo es Galileo y el gran filósofo y matemático fue Descartes. En el siglo XVIII el científico clave fue Isaac Newton y el gran filósofo fue Kant, que aplica los principios de la física newtoniana para hacer una crítica de la ciencia y de la filosofía. 

La cuarta parte del Discurso es muy central porque ahí está casi todo. Ya dije que el Discurso es como un proyecto, un programa de lo que Descartes pretende. Cada una de las partes del Discurso se ha desglosado luego en distintas obras. La cuarta parte es como un resumen del discurso. A partir de ahí podemos exponer el pensamiento del autor muy bien. ¿Qué es la duda metódica? ¿Qué es la sustancia? ¿En qué consiste la clave del cogito ergo sum? 

En la cuarta parte del Discurso se fundamenta la metafísica cartesiana: 

No sé si debo hablaros de las primeras meditaciones que hice, pues son tan metafísicas y poco comunes que no serán quizá del gusto de todo el mundo; y, no obstante, para que se pueda juzgar si los fundamentos que adopté son bastante firmes, me encuentro en alguna manera obligado a hablar de ellas. o había advertido desde mucho tiempo antes, como he dicho más arriba, que en lo que atañe a las costumbres, es necesario a veces seguir opiniones que se saben muy inciertas como si fuesen indubitables [...] (p. 71). 

Pero deseando yo en esta ocasión ocuparme tan solo de indagar la verdad, pensé que debía hacer lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en que podría imaginarme la menor duda con el fin de ver si después de hecho esto no quedaría en mi creencia algo que fuera enteramente indubitable. (Ibidem). 

Así, fundándome en que los sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuese tal y como ellos nos la hacen imaginar y en vista de que hay hombres que se engañan al razonar y cometen paralogismos, aun en las más simples materias de geometría, y juzgando que yo estaba tan sujeto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsas todas las razones que antes había aceptado mediante demostración y finalmente, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden también ocurrírsenos cuando dormimos, sin que en este caso ninguno de ellos sea verdadero, me resolví a fingir que nada de lo que hasta entonces había entrado en mi mente era más verdadero que las ilusiones de mis sueños. (Ibid., pp. 71-72). 

Pero inmediatamente después caí en la cuenta de que, mientras de esta manera intentaba pensar que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo; y advirtiendo que esta verdad: pienso luego soy, era tan firme y segura que ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran capaces de conmoverla, pensé que podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que andaba buscando. (Ibid. p. 72). 

El método cartesiano es inductivo-deductivo. «Pienso, soy». Intuyo que soy en la medida que pienso: Je pense donc je suis. Cogito ergo sum es la primera verdad del sistema que había buscado. 

Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno en el que yo me encontrase, pero que no podía fingir por ello que yo no fuese, sino al contrario por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente que yo era, mientras que con solo dejar de pensar aunque todo lo demás que había imaginado fuese verdad, no tenía ya razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar y que no necesita para ser ni lugar alguno ni depende de cosa alguna material, de suerte que este yo, es decir el alma por la cual yo soy lo que soy [...] (Ibidem). 

Si pienso tengo ideas. Él analiza las ideas y encuentra tres distintos tipos de ideas: ideas adventicias, ideas ficticias e ideas innatas (la idea de sustancia pensante, la idea de sustancia extensa y la idea de sustancia infinita). 

Descartes es dualista porque considera que el hombre está formado por dos sustancias. Somos sustancia pensante y sustancia extensa. Espinoza no estará de acuerdo con esto ya que para él hay una sola sustancia con dos atributos (pensamiento y extensión). La única sustancia para él es la sustancia infinita: Dios (que es todo). 

El Dios del racionalismo es un Deus ex machina, un supremo artesano, un gran arquitecto. Estamos ante el «deísmo» que  es la antesala del ateísmo porque las religiones racionales son muy fáciles de derrumbar. Son más fáciles de destruir que las religiones viscerales basadas en la creencia, en la fe, en los tabúes o en lo esotérico. 

Para Descartes la idea de Dios no puede ser adventicia porque es evidente que no procede de los sentidos. Tampoco es ficticia porque no me la puedo haber inventado yo, ya que lo superior no puede venir de lo inferior. Por lo tanto la idea de Dioses una idea innata. 

El argumento ontológico: 

Quise indagar luego otras verdades, y habiéndome propuesto el objeto de los geómetras concebía yo como un cuerpo continuo o un espacio infinitamente extenso en longitud o altura, anchura o profundidad, divisible en varias partes, que puede tener varias figuras y magnitudes y ser movidas o trasladadas en todos los sentidos, pues los geómetras suponen todo eso en su objeto, repasé algunas de sus más simples demostraciones. Y habiendo advertido que esa gran certeza que todo el mundo atribuye a estas demostraciones se funda tan solo en que se concibe con evidencia según la regla antes dicha (la evidencia matemática), advertí también que no había nada en ella que me asegurase la existencia de su objeto, pues por ejemplo, yo veía bien que si suponemos un triángulo es necesario que los tres ángulos sean iguales a dos rectos, pero nada veía que me asegura- se que en el mundo hay triángulo alguno, en cambio, si volvía a examinar la idea que yo tenía de un ser perfecto, encontraba que la existencia está comprendida en ella del mismo modo que la idea de un triángulo está comprendido en que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos, o en la de una esfera en que todos sus puntos son igualmente equidistantes del centro y hasta con más evidencia uno, que por consiguiente tan cierto es por lo menos que Dios existe, que es el ser perfecto como lo puede ser una demostración de geometría. (Ibid. p. 75). 

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(*) Ver AGÜERO MACKERN, E. Fundamentos de Filosofía. La pregunta por el sentido, Tres Cantos, Comunidad Filosófica Ediciones, 2020, pp. 73-95.


viernes, 4 de diciembre de 2020

martes, 1 de diciembre de 2020

Aristóteles, Platón, Parménides: el ser. Resumen introductorio.

ARISTÓTELES Y LA NATURALEZA (*)

Todos los hombres desean naturalmente saber.

Πάντες άνθρωποι του ειδέναι ορέγονται φύσει 

Como ocurre con todos los clásicos, uno de los principales obstáculos que tenemos para interpretar el pensamiento de Aristóteles deriva de las traducciones no fidedignas. Por lo cual y para evitar confusiones (hay algunos disparates consagrados consuetudinariamente en este sentido), intentaré basarme en la medida de lo posible en el original griego. 

Iremos directamente a la cuestión del ser ¿Qué es el ser para Aristóteles? Recordemos cuál es la primera pregunta que se hacen los presocráticos: la pregunta por la physis (la naturaleza). La physis es material. Luego vendrá Parménides y dirá que la physis es el ser. Para Platón el ser es la idea. 

Recapitulemos para ordenar mejor la secuencia Parménides-Platón-Aristóteles. Al final del Poema sobre la Naturaleza Parménides escribe: «es lo mismo pensar y ser». Tal como vimos, esta expresión puede ser interpretada de diversas maneras. Una de ellas sería que el ser es aquello que se puede conocer y el ser consiste en poder ser conocido. El ser es todo lo que es, todo lo que es conocido, todo lo que se conoce. 

La realidad para cada uno de nosotros es todo lo que entra en nuestro concepto amplio de realidad; pero ocurre que hay cosas sobre las cuales no tenemos la más mínima noticia de que existen, por tanto no entran en el concepto de la realidad. Cosas que ni siquiera se vislumbran. Por tanto, admitimos la posibilidad de que la realidad sea mucho más amplia que aquello que uno ve como realidad. La realidad es siempre realidad relativa al conocimiento, porque en el fondo lo que hace el pensamiento es construir la realidad y de ahí no podemos salir. Entonces ¿qué es la realidad? Pues lo que nosotros consideramos realidad. Ni más ni menos: es lo mismo ‘conocer la realidad’ que la ‘realidad’. La realidad es lo conocido por nosotros, teniendo en cuenta que hay muchas maneras de conocer. También hay entidades que forman parte de nuestra realidad como cosas posibles. Y lo que no forma parte de nuestra realidad es lo que ni siquiera se nos ocurre. (No me refiero solo a cosas materiales, sino también a actitudes, conductas, formas de organización social...). 

Para Platón el ser es la idea ¿Qué son las ideas? La verdad de las cosas, la esencia de las cosas ¿Y qué es eso? Pues lo que yo conozco a través de la inteligencia. Hay un antiguo relato que nos cuenta que el hombre era un dios caído que ha olvidado todo aquello que conocía. Y cuando en esta vida comienza a conocer recuerda lo que sabía. Esta metáfora sobre el conocimiento nos indica que la verdad está en nuestro interior. Se le atribuye a Sócrates la sentencia: «conócete a ti mismo» (que en realidad estaba escrita en el Oráculo de Delfos). 

Para Aristóteles el ser es la «sustancia». Aquí vamos a tener que introducir términos específicos. La «cosa» (los latinos utilizaban la palabra res, cosa se dice res, de ahí viene la palabra realidad, realitas, conjunto de cosas) —res— traduce al término «sustancia». La «cosa»: esto es el ser para Aristóteles, igual que para nosotros. 

Para Aristóteles el ser es la sustancia ¿Cómo definimos la sustancia? La sustancia es lo individual y concreto. Individual quiere decir «separado». Aquí tengo un borrador; esto es algo individual, una unidad, o sea, una sustancia que es individual y concreta (material). Un trozo de tiza es una sustancia, yo soy una sustancia, vosotros sois una sustancia; todo lo que es, es una sustancia. Todas las cosas son sustancias. 

A Aristóteles a veces se le ha considerado realista porque afirmaba que el ser es la cosa, la sustancia. Aunque para mí es un realista ingenuo porque considera que se pueden conocer las cosas tal cuales son, que se puede conocer la esencia de las cosas. Y en esto consiste su ingenuidad, ya que no podemos conocer lo que las cosas son. Es imposible. En todo caso podemos conocer lo que las cosas «significan». Respecto de las cosas artificiales es fácil conocer qué son ya que realizan una esencia prefijada. Por ejemplo, un borrador es algo que sirve para borrar. Ya viene, por decirlo de alguna manera, con su función ‘incorporada’. Pero saber lo que es un pino es más complicado ¿En qué consiste la esencia de pino? Quizás esto se lo deberíamos dejar a los científicos, a los botánicos ¿Entonces son los botánicos realmente los que pueden saber qué es un pino? Un pino puede ser muchas cosas: un árbol, un tipo de árbol, además sirve para dar madera, sombra, etcétera. Respecto de los seres naturales es más complicado saber cuál es la esencia. 

Para que una sustancia sea (notad que no digo la palabra «exista»), para que haya una sustancia concurren cuatro causas: causa material, causa formal, causa eficiente y causa final. 

La causa material es la materia de cada sustancia. La causa formal es la forma (bien entendido que no estamos hablando de forma física). Lo que hace que la sustancia sea lo que es. Por ejemplo, la idea de mesa. La ‘idea’ de mesa es la forma (tiene que ver con la idea platónica de mesa). Esto es una mesa porque es una materia que tiene la forma de mesa, o sea, tiene lo básico de una mesa; algo que sirve para... podría ser redonda, podría tener una sola pata, podría ser de cristal, de madera... pero si tiene lo que la hace ser mesa es una mesa. La forma hace que la sustancia sea lo que es. Ese ‘lo que es’ es la esencia. La forma da u otorga la esencia a la sustancia, hace que sea esto o lo otro, que sea ‘algo’, que sea mesa y no silla o pizarra. 

A esta doctrina de Aristóteles que considera que las sustancias están compuestas de materia y forma se la conoce como hylemorfismo, que viene de dos palabras: hylé (ύλη), que quiere decir materia y morphé (μορφή) que quiere decir forma. Entonces ¿en qué consiste la doctrina hylemórfica aristotélica? En que Aristóteles considera que la sustancia está formada o estructurada o compuesta de materia y forma. (Estoy explicando estas distinciones porque las vamos a tener que usar, de lo contrario no lo haría. No me gusta abundar en conocimientos demasiado eruditos si no es necesario). Pero aún quedan dos causas más. 

La causa eficiente es lo que hace que una sustancia «sea» (lo que produce una determinada sustancia). La causa formal hace que una sustancia sea «lo que es» y la eficiente es lo que hace que una sustancia sea, que exista (aunque ya sabéis que tengo motivos para no utilizar el verbo «existir», entre otras cosas, porque no será vigente hasta el medioevo). Causa eficiente es a lo que normalmente le llamamos causa (aunque según dijimos, para que haya una sustancia tienen que concurrir las cuatro causas). 

El propio Aristóteles da un ejemplo (que a mí no me parece muy acertado): en una estatua el trozo de mármol es la causa material, la idea que tiene el escultor de lo que va a esculpir (por ejemplo, la Venus de Milo) es la causa formal, el escultor esculpiendo la piedra, la causa eficiente y la estatua terminada, la causa final. Pero aquí yo veo una dificultad y debo enmendar al propio Aristóteles: el trozo de mármol ya es una sustancia. Ya lo explicaré cuando profundice en la noción de materia (materia prima y materia segunda). Aristóteles se equivoca porque en filosofía no es tan fácil dar ejemplos materiales. Es como si yo quiero explicar la suma y la resta con manzanas. Tengo cinco manzanas, me como dos, me quedan tres... pero llega un momento que no puedo utilizar estos recursos. Explicar la raíz cuadrada o el logaritmo con manzanas es complicado o imposible. Por eso, en filosofía, si un ejemplo sirve para entender, muy bien, pero una vez utilizado hay que deshacerse de él. 

La causa final es fácil de entender pero no es fácil de definir. Ejemplo: “no se puede pedir peras al olmo” (como dice el refrán popular). La causa final sería que un peral dé peras y no el olmo. La causa final, la finalidad, es la coherencia de cada sustancia con su propia esencia, con lo que es. Nosotros somos seres humanos, funcionamos como seres humanos; esa sería la finalidad, que en griego se dice télos (τέλος), fin. De ahí que la concepción aristotélica es una concepción teleológica. Para Aristóteles todos los seres tienen un fin coherente con lo que son. Y esto es así porque el universo es un kósmos (Κόσμος) que quiere decir «orden», lo contrario de «caos» (χάος). 

Que el universo es cosmos tiene que ver con la teleología del universo. Hay una finalidad del universo, de la physys, de la naturaleza y cada cosa cumple en el ‘todo’ su propio fin. El universo aristotélico es un universo teleológico. Nosotros somos seres naturales, pero curiosamente somos los únicos capaces de transgredir nuestra propia finalidad y de destruir todo el conjunto. El universo, la naturaleza para los griegos, es un todo, lo uno, la unidad, que tiene un fin y todo tiene razón de ser en el conjunto. Es una concepción teleológica, la misma que se va a sustentar en la política: el individuo tiene razón de ser en el seno de la comunidad política (la pólis). 

El término «ser» tiene varios significados. En primer lugar significa «sustancia», en segundo lugar también los accidentes —συμβεβηκός—. Para que podamos entenderlo; los accidentes serían como las propiedades, las cualidades de la sustancia. La sustancia es el ‘ser-en-sí’. Pero los accidentes no ‘existen’ en sí, son en ‘otro’, existen en la sustancia. 

Sustancia en latín también quiere decir substare —sustentar—. La sustancia es el soporte de los accidentes. Entonces, hay que distinguir entre ser sustancial y ser accidental; esto es algo muy importante porque será lo que explica el problema del movimiento o del cambio que trajo de cabeza a los griegos anteriores durante muchos años. 

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(*) Ver AGÜERO MACKERN, Eduardo, Fundamentos de Filosofía, Madrid, CFE, 2020, pp. 55-60).