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viernes, 27 de diciembre de 2024

En qué se han convertido las fiestas de Navidad (por Alejandro, participante en el Seminario de Filosofía de la UPCM).

25 de diciembre de 2024 Querido Eduardo, en espera de que encontremos un hueco para vernos, quiero compartir algunas reflexiones que me hago próximo ya el final de este año. Quizá por la inercia social, o por recuerdos que van desde la primera juventud hasta bien avanzada la madurez, o por ambas cosas, no puedo evitar hacer un inventario del camino recorrido y contemplar algún proyecto para el año que está a punto de comenzar. Me gustaría huir de estas fiestas, quitarles trascendencia y librarme de la carga que supone el recuerdo de muchas Navidades en las que tuve que contemporizar más de la cuenta para no quebrar la armonía familiar. Ciertas desavenencias, algunas incompatibilidades de caracteres ente los actores principales, absurdos malentendidos e interpretaciones particulares de la realidad, generaron año tras año una tensión en el ambiente que quizá todos padecíamos, pero llegábamos a una especie de consenso tácito para terminar las fiestas en paz. Muertos mis padres, las tensiones se extinguieron por crisis, como algunas enfermedades infecciosas que mejoran de forma natural. Quizá todavía persiste esa tendencia que los seres humanos tenemos a complicarnos la vida y estoy seguro de que muchas personas, muchos padres, muchos hijos, muchas parejas, se ven cada Navidad en la tesitura de tener que elegir: este año la cena con mis padres, este año la cena con mis suegros, este año Paco se va a esquiar con la novia, este año que traiga cada uno algo que yo estoy harta de cocinar, este año… En estos días me gustaría alejarme del mundanal ruido, viajar y descubrir lugares sin luces excesivas, sin Reyes Magos de cartón piedra, ni villancicos cursis, ni videos edulcorados de los que no podemos huir porque están en todas partes. Lugares donde el correo electrónico y el WhatsApp no permitan recibir esos mensajes infumables de coyuntural bondad impostada. Claro, que siempre cabe la posibilidad de apagar el móvil o el ordenador y entregarnos a un aislamiento terapéutico. Hace unos días, al salir de un Corte inglés, que nos había engullido a mi mujer y a mí un par de horas antes, sin que fuésemos conscientes, me di de bruces con la realidad: al pasar por delante de los mostradores de cosmética y perfumes de las grandes firmas, como se dice ahora estúpidamente, al escuchar por los altavoces la voz encantadora de una señorita anunciando productos casi regalados, no pude evitar una reflexión sobre esta sociedad huera y consumista de la que yo, desafortunadamente con frecuencia, no puedo escapar. Creo recordar en una de las conversaciones que tuvimos que dijiste algo así como que pensar demasiado no es buena cosa. Lo que me parece que no es buena cosa es pensar demasiado en lo mismo. Ya tendré ocasión de que me des tu opinión al respecto y me aconsejes. Te confieso que el último trimestre de este año ha supuesto para mí una inmersión en el mundo de las buenas ideas y del sentido común. He tenido la suerte de conocerte y de que me hayas mostrado caminos que yo intuía pero que recorrerlos me infundía temor. He tenido la oportunidad de confrontar mis ideas en un nivel superior al que ya me había resignado a no poder alcanzar. Eso me ha permitido disfrutar momentos de bienestar y acercarme a eso que a veces llamamos felicidad. También he conocido a otras personas de gran valía, como por ejemplo al profesor que nos ha dado un taller de escritura, que me ha abierto posibilidades creativas, limitadas hasta ahora por mi insuficiencia técnica y un poco de miedo al fracaso. Esto me ha permitido reafirmarme en la idea de que puedo seguir aprendiendo y de que todavía no he desarrollado todo mi potencial. He tenido ocasión de ver muchos de tus videos de YouTube, con lecciones magistrales y charlas, con participantes de distinta formación y procedencia. El último que he visto es uno que grabaste de la sesión final del curso anterior en la UPCM, que publicaste en el mes de abril: “La gran tarea de la filosofía en el siglo XXI”. Es el que más me ha gustado de todos y me ha parecido la mejor de tus intervenciones, la más ordenada, la más clara; se te ve muy a gusto y como siempre con una generosa disposición a seguir enseñando: Eduardo Agüero en estado puro. De otras intervenciones tuyas en foros muy variados recuerdo, por ejemplo, cuando te escuché decir, aunque seguro que no fueron exactamente esas tus palabras, que el “buenismo” era uno de los males que aquejaban a esta sociedad frívola e inconsistente. También me has llevado a hacerme un ferviente admirador del “pensamiento crítico” y de “desaprender”. Y algo que me ha gustado mucho es que en tus intervenciones introduces comentarios y críticas, no exentas a veces de ironía, sobre personajes públicos y malhechores nacionales e internacionales sin referentes éticos y con una ausencia total de humanidad. Creo que esa actitud acerca la filosofía al mundo real y la hace interesante para muchas personas. Tengo una pequeña espina clavada que algún día espero que me ayudes a extraer: en una de tus sesiones dije que “todos los políticos son iguales” y tu comentaste, con una sonrisa condescendiente, que tal afirmación era una especie de fracaso en un foro de filosofía. Creo que, aunque hice la salvedad de que generalizar no es conveniente, y de que me refería a políticos actuales en ejercicio, omnipresentes en todos los medios de comunicación, no trasmití exactamente lo que quería. Espero poder presentarme de nuevo al examen a ver si puedo aprobarlo. Me gustaría que también pudiésemos dar unas vueltas al tema. En fin, Eduardo, de lo que voy a estar eternamente agradecido es de tus comentarios sobre mi escritura y de las magníficas propuestas que me has hecho. Se ha dado la gozosa circunstancia de que otras personas de buena formación, han coincidido en los piropos. Yo estaba acostumbrado a recibirlos en mi vida profesional, pero no como escritor más allá de los comentarios cariñosos de algunos familiares y amigos. Disculpa la extensión de esta epístola que, a modo de catarsis, apropiándome de tu idea de que la filosofía puede resultar terapéutica, me he atrevido a escribir, abusando de tu generosidad. Espero que Kant, Sartre, Heidegger y hasta el papa Francisco por si acaso, intercedan ante los dioses para darte salud y larga vida junto a tus seres queridos. Y que retiren de la circulación, por los métodos que estimen más adecuados, a los Trump, Milei, Putin, Netanyahu, Diaz Ayuso y un largo etcétera de seres despreciables, a los que no deseo un mal extremo, pero sí que reciban unas dosis de los venenos que administran a sus víctimas. A la espera de vernos, recibe junto a tu familia mis mejores deseos de salud, amor y dinero, por este orden, para 2025. Un fuerte abrazo. Alejandro. (Seminario "La Filosofía como Escuela de Vida", UPCM de Tres Cantos, Madrid).

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