No es una crisis, es una guerra. Una guerra de nuevo tipo, incruenta, sin pérdidas humanas ni destrucción de ciudades e infraestructuras. Pero guerra al fin: hay unos países que se ven obligados a cambiar gobiernos, reformar instituciones y modificar el modelo de sociedad sin que exista consenso de sus poblaciones, y a veces ni siquiera entre sus líderes. Si la guerra se explica por el propósito de quien la declara de imponer su voluntad sobre el país atacado, lo que estamos viviendo estos días según esta teoría no es más que el momento álgido de una guerra geoeconómica, en la que los países más débiles, los intervenidos, se ven obligados a entregar su soberanía y cumplir las órdenes de los que los intervienen. (L. Bassets, en El País, 15/07/12)
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