"Cuando el nacimiento de
Afrodita, hubo entre los dioses un gran festín, en el que se encontraba, entre
otros, Poros hijo de Metis. Después de la comida, Penía se puso a la
puerta, para mendigar algunos desperdicios. En este momento, Poros, embriagado
con el néctar (porque aún no existía el vino), salió de la sala, y entró en el
jardín de Zeus, donde el sueño no tardó en cerrar sus cargados ojos. Entonces,
Penía, estrechada por su estado de penuria, se propuso tener un hijo de Poros.
Fue a acostarse con él, y se hizo madre de Eros (el Amor). Por esta razón Eros
se hizo el compañero y servidor de Afrodita, porque fue concebido el mismo día
en que ella nació; además de que Eros ama naturalmente la belleza y Afrodita es
bella. Y ahora, como hijo de Poros y de Penía, he aquí cuál fue su herencia. Por una parte es
siempre pobre, y lejos de ser bello y delicado, como se cree generalmente, es
flaco, desaseado, sin calzado, sin domicilio, sin más lecho que la tierra, sin
tener con qué cubrirse, durmiendo a la interperie, junto a las puertas o en las
calles; en fin, lo mismo que su madre, está siempre peleando con la miseria.
Pero, por otra parte, según el natural de su padre, siempre está a la pista de
lo que es bello y bueno, es varonil, atrevido, perseverante, cazador hábil;
ansioso de saber, siempre maquinando algún artificio, aprendiendo con
facilidad, filosofando sin cesar; encantador, mágico, sofista. Por naturaleza
no es ni mortal ni inmortal, pero en un mismo día aparece floreciente y lleno
de vida, mientras está, en la abundancia, y después se extingue para volver a
revivir, a causa de la naturaleza paterna. Todo lo que adquiere lo disipa sin
cesar, de suerte que nunca es rico ni pobre. Ocupa un término medio entre la
sabiduría y la ignorancia, porque ningún dios filosofa, ni desea hacerse sabio,
puesto que la sabiduría es aneja a la naturaleza divina, y en general el que es
sabio no filosofa. Lo mismo sucede con los ignorantes; ninguno de ellos
filosofa, ni desea hacerse sabio, porque la ignorancia produce precisamente el
pésimo efecto de persuadir a los que no son bellos, ni buenos, ni sabios, de
que poseen estas cualidades; porque ninguno desea las cosas de que se cree
provisto". (Platón, El Banquete).
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