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miércoles, 26 de febrero de 2020

El hombre como ser natural





El hombre es una ser natural no solo porque emerge, por evolución, de la naturaleza sino porque se realiza a través del trabajo –entendido como transformación de la naturaleza-. Marx parte de la crítica a la dialéctica hegeliana y tiene como base importante la crítica de la religión que hace Feuerbach y también la lectura de los socialistas utópicos. Considera que la historia debe ser explicada dialécticamente. A la dialéctica hegeliana hay que darle la vuelta: “poner a los pies lo que estaba a la cabeza, y viceversa, poner en la cabeza lo que estaba a los pies”. De este modo se mantiene la dialéctica, pero aplicada a la materia en lugar de a la Idea. Sustituye Idea por materia. De ahí que el materialismo dialéctico es, precisamente, la “aplicación de las leyes de la dialéctica a la materia”; a la evolución de la materia. De hecho va a asumir las tesis evolucionistas. El materialismo histórico, a su vez, explica dialécticamente la evolución de la historia.

En el materialismo Dios no tiene lugar. La idea de Dios es una creación humana, en la que el hombre proyecta sus ideales, refleja lo que no tiene o lo que quisiera tener y crea un Dios producto de la alienación del hombre respecto de sí mismo. El hombre se aliena (se hace otro), se convierte en algo ajeno. Proyectamos un Dios y esa proyección nos enajena aún más, dado que ya no somos nosotros y tampoco nos pertenece y además -para colmo- nos sojuzga.

No hay otra vida, solo tenemos esta. La religión fue considerada por Marx como el “opio de los pueblos”. Aunque hay que tomar nota de que Marx dirige su crítica, principalmente a la religión que él conoce en la Alemania de su época, en una versión del protestantismo marcadamente rígida y sofocante. Marx va a criticar a ese Dios del protestantismo porque la religión es utilizada como un arma por los poderosos, por aquellos que nos explotan y predican la resignación. “Bienaventurados los que sufren porque de ellos será el reino de los cielos”, “bienaventurados los pobres, los que tienen hambre y sed de justicia porque todos ellos verán a Dios”. Se trata de no luchar aquí, en esta vida, porque seremos premiados en la otra, en el cielo. En consecuencia, la rebelión ante la opresión es considerada un pecado contra lo establecido por Dios y en ese sentido la religión adormece porque quita la energía para la lucha. La religión era y es utilizada por los poderosos para dominar. Hasta la confesión se convierte en mecanismo de opresión.  

Siendo muy importante la alienación religiosa, lo es más aún la alienación en el trabajo. El hombre es un ser natural. Pertenece a la naturaleza y ha surgido de la naturaleza. En esto consiste el humanismo marxista. Somos seres naturales porque hemos emergido, provenimos, de la naturaleza y por tanto formamos parte de ella. Y además, en cierto modo, también damos sentido a la naturaleza. Podemos comprender y conocer la naturaleza. En nosotros, en el ser humano, la naturaleza se conoce a sí misma. Aunque aquí puede surgir la primera alienación (casi irreversible) de que ese conocimiento –lejos de resultar un progreso- lo utilizamos contra la propia naturaleza. Somos en ese sentido un animal bastante incomprensible. La inteligencia es también algo natural y lo suyo es que propenda al progreso de la naturaleza. Somos un “animal cultural” (Carlos París). Sin embargo, cada vez más, actuamos en contra de la propia la naturaleza.

Precisamente hay que reconocerse como miembro de la naturaleza (conciencia ecológica), como un ser natural. Y debemos conservar esa conexión con la naturaleza porque de lo contrario nuestro ser queda perdido.  Esto se fomenta precisamente haciendo tomar conciencia a la gente de que los seres humanos somos naturaleza. Somos una unidad biológica con un cerebro y una inteligencia. El hombre se realiza precisamente reconociendo su pertenencia a la naturaleza, pero no sólo teóricamente sino también en la praxis.

El hombre se realiza mediante el trabajo. El trabajo se podría definir como la relación dialéctica entre el hombre y la naturaleza y también como la relación creativa entre el hombre la naturaleza. La naturaleza nos proporciona los materiales y nosotros modificamos la naturaleza al transformarlos. Somos seres naturales, por eso en el trabajo – en todo tipo de trabajo, no solo el físico, también el intelectual- el dueño del trabajo es el trabajador, el productor. Porque yo soy quien ha modificado los materiales, el que ha creado la obra. Y esa obra constituye una síntesis dialéctica entre algo que yo he puesto y algo que me ha sido dado. La naturaleza me proporciona los materiales y yo pongo mi propia inspiración en mi proyecto y construyo esa obra. Y en la contemplación de la obra yo me identifico como el autor y de ese modo, mi ser proyectado en la obra vuelve a mí enriquecido. Digamos que crezco en función de mi creación mediante el trabajo libre.

Sin embargo ¿qué ocurriría si la obra me es arrebatada y no me pertenece? Si en lugar del producto de mi trabajo me devuelven dinero, permanezco alienado. Esto ocurre en la sociedad capitalista basada en la propiedad privada de los medios de producción. Para Marx el salario siempre será injusto porque lo que el obrero ha producido no es dinero sino la obra. Habría que ver cuál es la solución efectiva posible, pero la cuestión planteada desde el punto de vista estrictamente filosófico es tal como acabo de señalar. El trabajador no se reconoce en el mucho o poco dinero que le pagan. No se trata de ganar más, sino de que el producto le pertenezca al trabajador. Esta alienación de base del proletario estará siempre presente en nuestra sociedad hasta que no sea abolida la propiedad privada de los medios de producción. Las fábricas, las máquinas industriales, la tierra, el agua… no pueden estar en manos privadas porque eso hace que el producto no le pertenezca al trabajador sino al dueño de estos medios. La solución es la supresión de la propiedad privada de los medios de producción ¡ojo! no la propiedad de la vivienda, del coche, la nevera el cepillo de dientes…

Esto es lo que marca la diferencia entre la sociedad capitalista y la anhelada sociedad comunista. La sociedad comunista es una meta. Nunca ha existido. Es una utopía a la que debemos tender. La sociedad comunista se dará cuando triunfe la revolución socialista en todo el planeta, porque hasta ese momento siempre va existir el riesgo de una contra-revolución.  Durante la transición del socialismo al comunismo estaremos en la etapa de la dictadura del proletariado, durante la cual, ciertas libertades quedarán restringidas.

Marx distingue entre la infraestructura (medios de producción y factores de producción) y la superestructura (filosofía, religión, ideología, el arte...).  La infraestructura determina la superestructura, de ahí que el auténtico cambio debe producirse en la infraestructura. Nuestra manera de pensar, por ejemplo, emerge de una base económica. Según la economía vigente se pensará en función de ella.

(AGÚERO MACKERN, E. Filosofía para desaprender, Madrid, Estudio Ediciones, 2020).


sábado, 22 de febrero de 2020

El amor platónico

Fragmentos de mi intervención sobre el amor en "El Banquete" de Platón. 
Invitado por "Encuentros Literarios", grupo de Tres Cantos en Madrid. 

jueves, 20 de febrero de 2020

Presentación del libro FILOSOFÍA COMO TERAPIA

Presenta la Dra. María Oliva Márquez Sánchez, catedrática de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid.
Organiza: UPCM (Universidad Popular de Tres Cantos, Madrid).

jueves, 13 de febrero de 2020

Precisiones sobre el término "utopía"

Cuando hablo de ‘utopía’, uso el término en todo su rigor etimológico. Este vocablo proviene de la conjunción de los términos griegos ou y topos. El primero corresponde a la negación, ou = no; el segundo se puede traducir como lugar, sitio y también como ocasión, posibilidad, oportunidad. Por tanto, la palabra española utopía querría decir literalmente: ‘lo que no tiene lugar’, lo que no tiene realidad. Pero si ahondamos en su sentido semántico más profundo y también en los usos contextuales del término y sus implicaciones pragmáticas, podríamos definir una utopía como aquello que ‘aún’ no tiene lugar. Con esto queremos expresar que si ‘aún’ no tiene lugar, es que puede tenerlo. La propia palabra utopía crea un estado de ánimo que nos orienta hacia algo futuro pero posible. Para indicar algo irrealizable, en español, usamos la palabra quimera.

Trabajo libre y trabajo enajenado


El video de la clase de hoy. Seminario de Filosofía (UPCM, Tres Cantos, Madrid)

miércoles, 12 de febrero de 2020

Una utopía en los inicios de la modernidad.

Tommaso Campanella

(Giovanni Campanella; Stilo, 1568 - París, 1639) Filósofo italiano que defendió en su obra una sensibilidad universal, el conocimiento de uno mismo como principio de toda certeza y una única religión natural, de la que las religiones concretas no son sino meras formas parciales. De sus obras destaca la célebre utopía política La ciudad del Sol (c. 1602), proyecto social que debía guiarse por las leyes naturales y del que quedaban excluidos la propiedad privada y el individualismo.

Tommaso Campanella
Campanella tomó el nombre de Tommaso (Tomás) al ingresar en 1573 en los dominicos. En el convento leyó a ErasmoMarsilio Ficino y Bernardino Telesio; defendió las doctrinas antiaristotélicas de Telesio en Philosophia sensibus demonstrata (1591), lo que, junto al interés que mostró por la magia, despertó sospechas. Huyó por ello a Nápoles, ciudad en la que estudió ocultismo y artes mágicas con Giambattista della Porta y escribió, como resultado de sus estudios, Del sentido de las cosas y de la magia (1604).
Iniciado un proceso de herejía contra él en 1591, se trasladó a Padua, donde conoció a Galileo. Después de varios procesos en que fueron prohibidos todos sus escritos, fue confinado en un convento dominico en Calabria. Durante su reclusión urdió una conjura contra los españoles. Descubierto y capturado, fue llevado a juicio; logró librarse de la pena de muerte fingiendo locura, pero fue condenado a cadena perpetua.
Durante los 27 años que pasó en la cárcel el pensamiento de Campanella experimentó un giro: abandonó el sensismo y su naturalismo religioso sin dogmas, y se entregó, como escribió él mismo, "a la verdadera religión, después de haberse comportado de forma poco cristiana". De las obras escritas en la cárcel destacan La ciudad del Sol, en la que describe una sociedad que vive según las leyes de la naturaleza y que espera, por la revelación, una vida mejor; la Metafísica, una gran enciclopedia en 18 libros; la Teología, en 30 libros; y las dos obras de teología práctica: El ateísmo vencido y Reminiscentur. De la acción política de las naciones católicas tratan La monarquía de España y Antiveneti. Escribió también en defensa de Galileo la Apología de Galileo, en la que enseña que no es la Biblia la que debe esclarecer la física, sino ésta a aquélla, en los pasajes en que sea necesario.
Liberado de la cárcel en 1629, gozó del favor del Papa Urbano VIII, quien lo tomó como consultor en asuntos de astrología y política. Reclamado de nuevo por los españoles por suponer que formaba parte de una nueva conspiración en Nápoles, se vio obligado a huir a Francia en 1634. Allí fue bien acogido por el rey Luis XIII y respetado tanto por los intelectuales como por los nobles. En Francia publicó la Filosofía epilogísticaCuestiones y Sobre la predestinación. Muerto en el convento de San Honorato, sus cenizas fueron dispersadas durante las turbulencias de la Revolución.
La filosofía de Tommaso Campanella
Para Campanella la filosofía es un conocimiento de las ideas divinas, leídas con la luz natural en el libro de la naturaleza. Comienza su Metafísica proponiéndose el estudio del saber, del ser y del actuar. El agnosticismo queda refutado, siguiendo el razonamiento de San Agustín de Hipona, con la afirmación de la autoconciencia, en la que el propio ser se manifiesta con una evidencia irrefutable. Ésta es una sapientia innata, a la cual se añade, mediante la experiencia, una sapientia addita. La filosofía tiene, pues, la misión de despertar el primitivo conocimiento de sí, demostrando que ni siquiera el sentir sería posible sin un previo sentir de sentir. "Sentire est scire", concluirá. Tal argumento parece anticipar de alguna forma el cogito ergo sum de Descartes.
Según Campanella, todas las cosas están dotadas de sensibilidad; de ahí el principio de su universalismo mágico. Todo ser tiene tres primalidades: potencia, sapiencia y amor. Toda primalidad sigue el principio de que cada ser se refiere a los demás después de referirse a sí mismo. Tiene saber innato de sí, y después del mundo; se ama a sí mismo y después a los otros seres. Pero estas tres primalidades sólo son perfectas en Dios. En el resto de las criaturas a estas primalidades se unen tres primalidades opuestas: impotencia, ignorancia y odio. Por eso el mundo de las criaturas es una mezcla de orden y desorden, de contingencia y de armonía, de finalismo y azar. El cosmos de Campanella, animado por esta intrincada red de correspondencias, afinidades ocultas y oposiciones, que vinculan entre sí a todos los seres, es una totalidad orgánica en la cual se anuncia, por todas partes, la vital presencia de Dios.
Campanella sueña con una gran reforma político-espiritual que recomponga las rupturas del interior del cristianismo y reconstruya el imperio universal de la Iglesia. El instrumento de esta unificación debería haber sido la hegemonía española, o, al decaer ésta, la monarquía francesa. Pero esa unificación debía de ir acompañada de una reforma, por parte de la Iglesia, de los fundamentos de su dogma, corrompido, según él, por el aristotelismo escolástico. La república de Campanella se presenta como "un hallazgo de la filosofía y de la razón humanas para demostrar que la verdad evangélica está de acuerdo con la naturaleza". La idea que Campanella tiene de la política, fundada en una visión ético-religiosa y cósmico-mágica, se opone decididamente a Maquiavelo y a los teóricos de la razón de Estado, manifestando ese singular cruce de lo viejo y de lo nuevo que es un rasgo característico de toda la obra de este pensador.
Campanella esboza algunas ideas que parecen adelantarse a los conceptos de la pedagogía moderna. La educación se basa en dos principios: el primero es el papel de la sabiduría, entendida como parte principal en la perfección general del hombre. Al ser el hombre una participación de la esencia divina, tiende por su naturaleza a imitar la omnisciencia de Dios. El segundo es el carácter experimental en que debe basarse la educación. En efecto: todo el ámbito de la comunidad civil y religiosa, y no sólo una parte de ella, debe ser una perpetua enseñanza para los educandos. Los niños, "jugando y sin fastidio, pueden encontrar figurados en los aspectos de la vida cotidiana todos los órdenes de lo cognoscible".
Campanella cultivó también una amplia producción lírica a lo largo de su vida, especialmente en los años de cárcel. En su conjunto trata de liberar al juicio estético de la sujeción a las reglas establecidas por los seguidores de Aristóteles. Su formulación de la estética se encuentra en la Poética (obra redactada dos veces). Define la poesía como un "instrumentum magicum, magia vocalis" que favorece la conservación del espíritu. El encanto de la poesía no depende tanto de sus temas cuanto de los modos de transmisión y de recepción de la palabra. La poesía se convierte así, para Campanella, en un medio maravilloso y extraordinario de percepción de la realidad.
La ciudad del Sol
Tommaso Campanella expuso su utopía política en La ciudad del Sol, imagen de una sociedad perfecta organizada en torno a leyes naturales. La república soñada por Campanella estaba regida por un filósofo-mago (el Gran Metafísico) y gobernada por tres magistrados: Pon, Sin y Mor, es decir, potencia, sabiduría y amor, las tres primalidades (esencias necesarias) que el filósofo consideraba, en metafísica, las determinaciones del ser ontológico. Esto significa que la ciudad perfecta debe estar gobernada por las mismas leyes que regulan el universo, de tal modo que se convierta en un verdadero mediocosmos intermedio entre el hombre (microcosmos) y el universo (macrocosmos).
Desde el punto de vista social, la ciudad solar debe ser una comunidad integrada que supere a la familia. En ella, las mujeres están a disposición de todos y es la comunidad, no el individuo, la que decide cuándo y cómo conviene procrear, basándose en criterios eugenéticos (es decir, tendentes al progresivo y continuo mejoramiento biológico de la especie). Campanella retomó estos temas de la República de Platón y de la Utopía de Tomás Moro.
Completamente innovadora es, en cambio, la aproximación de Campanella a los problemas de la educación, que el filósofo quiso exenta de todo lo que fuese libresco o académico. La misma ciudad se convierte en texto: sus muros son ilustrados por los pintores como un manual. "Dentro del primer círculo de piedra se representan todas las figuras matemáticas, más numerosas que las compuestas por Euclides y Arquímedes, con su proposición significante. En la parte de fuera se coloca el mapa de toda la Tierra, y después las tablas de cada provincia con sus ritos, costumbres y leyes. En el segundo círculo están todas las piedras preciosas y no preciosas, los minerales, las hierbas, los árboles", y así sucesivamente. Caminando por las calles con sus padres, los niños, atraídos por esas figuras, preguntarán por su significado: ello dará inicio a un proceso educativo tanto más eficaz cuanto menos académico.
Cómo citar este artículo:
Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Tommaso Campanella. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/campanella.htm el 12 de febrero de 2020.

jueves, 6 de febrero de 2020

El trabajo: camino de realización o de frustración.



El trabajo se ha convertido cada vez más en una fuente de frustración cuando debería ser un factor de realización personal, de liberación. Una de las causas de esta situación viene dada por el hecho de que el trabajo que realizamos se ha convertido en trabajo alienado, que es la base de todas las frustraciones. Pero hay que definir el término "trabajo alienado".

A lo que podemos aspirar es a sentirnos suficientemente realizados con nuestro trabajo, bien porque nos sentimos identificados con él, bien porque nos proporciona los medios económicos suficientes para sufragar aspectos importantes de nuestra vida.

Pero el primer paso es tener trabajo. En la actual sociedad del bienestar estar en paro es uno de los males más temido por todos. El desempleo genera frustración, pérdida de la autoestima y merma en el respeto de los demás hacia nosotros. Esta situación genera conflictos familiares que pueden terminar con una ruptura de la convivencia. Las consecuencias para el propio equilibrio emocional y personal son evidentes. Todo esto agrava las dificultades económicas y puede sumir a algunos en situaciones próximas a la indigencia.

Entre los que tienen la suerte de tener trabajo, básicamente pueden darse dos casos: trabajar en lo que nos gusta y sentirnos realizados o trabajar en algo completamente ajeno a nuestros deseos, a nuestra "vocación". Me refiero al trabajo considerado como fin en sí mismo - como parte de nuestra vida cotidiana- o al trabajo como algo ajeno.

No siempre podemos trabajar en aquello que nos gusta. El tipo de trabajo y el lugar en el que lo realizamos depende de factores distintos a la propia situación laboral: elegir vivir en el campo o en la ciudad, vivir en el país en el que nacimos o en el extranjero, los condicionantes de nuestra familia de procedencia, nuestra formación, poder compaginar la actividad laboral con la vida familiar, etc.

Si el trabajo o su falta es fuente de frustración ¿es posible cambiar esta situación? ¿Qué nos puede enseñar la filosofía al respecto?

Para Marx la noción de trabajo va más allá de su dimensión puramente económica y se convierte en una categoría antropológica: Marx caracteriza al hombre como un ser dotado de un principio que determina su impulso para la creación, para la transformación de la realidad. El hombre no es un ser pasivo sino activo, y el trabajo o la actividad personal es la expresión de sus capacidades físicas y mentales, el lugar en donde el hombre se desarrolla y perfecciona. De ahí que el trabajo no sea un mero medio para la producción de mercancías sino un fin en sí mismo y que pueda ser buscado por sí mismo y gozado. Dada esta comprensión de la naturaleza humana como la de un ser que sólo puede encontrar su perfección en el trabajo, no es extraño que una cuestión central de la filosofía de Marx sea la transformación del trabajo sin sentido, enajenado, del trabajo como un mero medio, en un trabajo enriquecedor, en un trabajo libre.

"Podemos distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida.” (Marx, La ideología alemana).

“El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que este realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza. En este proceso, el hombre se enfrenta como un poder natural con la materia de la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano, para asimilar, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par, de ese modo, actúa sobra la naturaleza exterior a él y la transforma, transformando a su vez su propia naturaleza al desarrollar las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina." (Marx, El Capital).

En nuestra civilización se ha considerado muchas veces al trabajo como una actividad dolorosa, penosa. Esto está asociado con el relato bíblico del  Génesis sobre el castigo que Dios impuso al hombre para ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente. Sin embargo, el trabajo es una cualidad inherente al hombre que le permite mantener su vitalidad, proporcionándole satisfacciones y realizaciones materiales y espirituales, por tanto, debe realizarse en las mejores condiciones posibles.

El trabajo es fundamental para la realización del ser humano. El hombre dejó de ser un simple primate gracias al trabajo. De ahí que cuando consideramos que el trabajo es una carga, un mal necesario o simplemente un medio para alcanzar un fin (dinero, comodidad, prestigio…) estamos equivocados. El trabajo es un fin en sí mismo y por tanto debe dejar de ser un mal necesario para convertirse en una de las razones de nuestra existencia. No debemos descuidar la regla principal: el hombre solo se realiza mediante el trabajo. No hay otro camino. Y si ese camino es equivocado nunca seremos felices; este es el motivo por el que debemos estar muy atentos a esta condición esencial del ser humano.

Una de las consecuencias más graves de la actual crisis económica es el miedo que se instala en la conciencia del trabajador y esto lo aprovecha el empresario para explotarlos más, ya que siempre habrá alguien que quiera ocupar nuestro puesto de trabajo y por menos salario aún. Una grave consecuencia de la crisis es nuestra pérdida de libertad que nos hace actuar en el mundo laboral con una actitud de voluntaria sumisión. Renunciamos a luchar por nuestros derechos porque los miedos nos atenazan.

Vivimos en la sociedad del miedo. Miedo a la crisis económica, miedo al paro, miedo a la enfermedad, miedo a la soledad, miedo a la recesión económica, etc. Pero podemos conjurar estos elementos adversos si comenzamos a plantear nuevos objetivos o cambiar el estilo de vida. Debemos reinventarnos. Cambiar de filosofía. Hay que trabajar menos para vivir más y entender el dinero como un medio y no como un fin. Es necesario un regreso a la austeridad que nos permitiera recuperar la sensación de libertad. De ahí la importancia de un consumo responsable dentro de una economía sostenible.

El trabajo consiste en la transformación creadora de lo natural por parte del hombre, en la cual nuestro propio ser se desarrolla y despliega. Tenemos todo lo necesario para ser hombres, pero es nuestra tarea "desplegarlo", concretar nuestra vocación, esto es, ese llamado existencial o genérico a ser plenamente hombres.

Textos sugeridos: 
17. CAMPANELLA: Ventajas del trabajo obligatorio.
«Entre los habitantes de la Ciudad del Sol no hay la fea costumbre de tener siervos, pues se bastan y sobran a sí mismos. Por desgracia, no ocurre lo mismo entre nosotros.  Nápoles tiene setenta mil habitantes, de los cuales trabajan solamente unos diez o quince mil, y éstos se debilitan y agotan tan rápidamente a consecuencia del continuo y permanente esfuerzo. Los restantes se corrompen en la ociosidad, la avaricia, las enfermedades corporales, la lascivia, la usura, etc., y contaminan y pervierten a muchas gentes, manteniéndolas a su servicio en medio de la pobreza y de la adulación y comunicándoles sus propios vicios. Por eso resultan deficientes las funciones públicas y los servicios útiles. Los campos, el servicio militar y las artes están sumamente descuidados y sólo se cultivan a costa del enorme sacrificio de unos pocos. En cambio, como en la Ciudad del Sol las funciones y servicios se distribuyen a todos por igual, ninguno tiene que trabajar más de cuatro horas al día, pudiendo dedicar el resto del tiempo al estudio grato, a la discusión, a la lectura, a la narración, a la escritura, al paseo y a alegres ejercicios mentales y físicos. Allí no se permiten los juegos que, como los dados y otros semejantes, han de realizarse estando sentado. Juegan a la pelota, a los bolos, a la rueda, a la carrera, al arco, al lanzamiento de flechas, al arcabuz, etc. Opinan que la pobreza extrema convierte a los hombres en viles, astutos, engañosos, ladrones, intrigantes, vagabundos, embusteros, testigos falsos, etc., y que la riqueza los hace insolentes, soberbios, ignorantes, traidores, petulantes, falsificadores, jactanciosos, egoístas, provocadores, etc. Por el contrario, la comunidad hace a todos los hombres ricos y pobres porque nada poseen y al mismo tiempo las cosas les obedecen a ellos. Y en esto alaban profundamente a los religiosos cristianos, especialmente la vida de los Apóstoles.» (Campanella, La Ciudad del Sol, cit., pp. 166-167).
18. MARX, El trabajo enajenado.

« (XXII) Hemos partido de los presupuestos de la Economía Política. Hemos aceptado su terminología y sus leyes. Damos por supuestas la propiedad privada, la separación del trabajo, capital y tierra, y la de salario, beneficio del capital y renta de la tierra; admitamos la división del trabajo, la competencia, el concepto de valor de cambio, etc. Con la misma Economía Política, con sus mismas palabras, hemos demostrado que el trabajador queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías; que la miseria del obrero está en razón inversa de la potencia y magnitud de su producción; que el resultado necesario de la competencia es la acumulación del capital en pocas manos, es decir, la más terrible reconstitución de los monopolios; que, por último; desaparece la diferencia entre capitalistas y terratenientes, entre campesino y obrero fabril, y la sociedad toda ha de quedar dividida en las dos clases de propietarios y obreros desposeídos. (…) El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general. Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo (…) La apropiación del objeto aparece en tal medida como extrañamiento, que cuantos más objetos produce el trabajador, tantos menos alcanza a poseer y tanto mas sujeto queda a la dominación de su producto, es decir, del capital.
 (XXIII) Consideraremos ahora mas de cerca la objetivación, la producción del trabajador, y en ella el extrañamiento, la pérdida del objeto, de su producto. El trabajador no puede crear nada sin la naturaleza, sin el mundo exterior sensible. Esta es la materia en que su trabajo se realiza, en la que obra, en la que y con la que produce (...) ¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo (…) De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal (…) Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza. Del mismo modo, al degradar la actividad propia, la actividad libre, a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre en medio para su existencia física. Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que el hombre tiene de su género se transforma, pues, de tal manera que la vida genérica se convierte para él en simple medio. » (Marx, 1980, pp. 85 ss.)