(Aquí resumo el panorama a través de las intervenciones más influyentes de algunos pensadores actuales).
El texto original fue publicado en la Revista Crisis por:
¿Por qué la filosofía está ante el apocalipsis que siempre soñó y apenas balbucea?
Los intelectuales críticos no parecen estar a la altura del desafío histórico que supone la pandemia.
En épocas de catástrofes, las sociedades abrazan a sus soberanos y desprecian a sus pensadores. En Estados Unidos y Brasil vemos marchar a partidarios de Trump y Bolsonaro animando a la gente a romper la cuarentena. En Argentina, el carisma neoalfonsinista de Alberto Fernández parece ser la principal tecnología de gobierno para prolongar el confinamiento.
Giorgio Agamben: El 26 de febrero, con más 80.000 casos de contagio confirmados, el filósofo italiano publicó una breve columna de opinión. Allí afirmaba que el Covid-19 era apenas una gripe y que el verdadero sentido de la alarma era extender el estado de excepción para que los gobiernos controlaran aún más a la sociedad.
Slavoj Žižek, al día siguiente de la columna de Agamben, cuando el virus ya había alcanzado a 46 países, publicó en Russia Today una nota titulada “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo”. Allí el esloveno apostaba por el colapso del capitalismo, un gobierno global que se hiciera cargo de la crisis y una nueva oportunidad para un “comunismo basado en la confianza de las personas y en la ciencia”.
Estas interpretaciones de Agamben y Žižek marcaron las dos rutas que tomarían todas las interpretaciones posteriores del Covid-19: o como una excusa para vigilar y castigar, o como una oportunidad para resetear al capitalismo financiero hacia un sistema mejor.
Byung-Chul Han: La versión más coherente y exitosa de la pandemia como excusa para la vigilancia fue la del filósofo coreano que escribe en alemán y vive en Alemania. En una nota publicada en El País de España, Han señalaba que Asia, y China en particular, estaban gestionando la pandemia con éxito gracias a un capitalismo de vigilancia tecnológicamente más desarrollado y políticamente más tolerado. Occidente, en tanto, se había reblandecido por la permisividad y conformismo de la globalización y la cultura digital. A la salida de la peste, aventuró Han, China exportará su sistema de vigilancia al mundo y así relanzará el capitalismo.
El éxito de Han, un híbrido civilizatorio de notable éxito editorial, fue alimentar la recurrente crisis de autoestima de Occidente en un momento crítico.
Paul B. Preciado, días después, calcó el mapa de Han y señaló que mientras Europa apela a la disciplina del confinamiento (una tecnología medieval), Asia usa herramientas biopolíticas: testeos, vigilancia digital. Este último, concluyó, es el modelo que gobernará nuestros cuerpos.
Gustavo Yáñez González, en América Latina el profesor chileno reprodujo los miedos de Agamben, el uruguayo Raúl Zibechi, la fascinación morbosa por la vigilancia china y la feminista boliviana María Galindo definió al Covid como “una forma de dictadura mundial multigubernamental policíaca y militar” y propuso “cultivar el contagio y desobedecer para sobrevivir”: violar la cuarentena y afrontar “la enfermedad, la debilidad, el dolor”.
La de los latinoamericanos es otro tipo de crisis de autoestima: la de intentar trasplantar la justificada paranoia europea ante los estados policiales en una región en donde los aparatos estatales apenas gobiernan la superficie de sus poceadas sociedades.
A medida que se apilaban los féretros, interpretar la pandemia como una oportunidad de cambio social se volvió más temerario. Algunos optaron por un razonamiento oblicuo.
David Harvey, en “Política anticapitalista en tiempos de Covid-19”: “las únicas medidas políticas que van a funcionar, tanto económica como políticamente, son bastante más socialistas que cualquier cosa que pudiera proponer Bernie Sanders”, pero a cargo de un Trump que, “si es sabio, cancelará las elecciones sobre la base de una emergencia y declarará el principio de una presidencia imperial”. La única política anticapitalista que parece concebir Harvey es la que puede llegar a aplicar el propio Trump.
Franco Berardi: del mismo tono es el desplazamiento del sujeto de este autor; “Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus”. En efecto, para Berardi el neoliberalismo deprimió al espíritu revolucionario. Pero la llegada de la pandemia “nos obliga a aceptar la idea de estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo”: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo, igualdad, frugalidad, etc.
El extraño optimismo de Harvey y Berardi expresa hasta cierto punto una claudicación política: asumir que no hay sujeto político anticapitalista, que las tareas del proletariado las debe asumir Trump, un virus o cualquier otra cosa. Comunismo por interpósita persona.
Arquitectos del nuevo mundo
Si el Covid nos obliga a rediseñar nuestras sociedades, conviene tener en radar a dos pensadores aún poco conocidos en Argentina. Uno es Yuk Hui, un filósofo hongkonés que enseña en la Universidad Bauhaus de Weimar. El proyecto de Hui es reconstruir comunidades a partir de la tecnología, ya no como herramienta sino como “relación con el cosmos”. Los males de la época son para Hui resultado de la cultura “monotecnológica” de la globalización que aplaca toda diversidad (cultural, biológica) imponiendo un modelo técnico sin arraigo en las sociedades. La lucha contra el Covid acelerará la digitalización.
El mundo pospandemia que nos propone Hui está al borde del tribalismo o el chauvinismo tecnológico. Más grave aún es que su modelo de “cosmos técnico” sea China, una potencia en ciernes que no promete respetar diversidades.
Benjamin Bratton, un sociólogo norteamericano que trabaja para Strelka, un instituto privado de urbanismo con base en Moscú: la única manera de superar la crisis climática es mediante una planificación global de espacios artificiales para cada especie, incluyendo la humana. Habitar la Tierra como si fuéramos colonos de un planeta desconocido. Y la cuarentena es un buen laboratorio para ello: la automatización y el testeo masivo perfeccionan la gobernanza; la reclusión nos permite repensar la vivienda y la escasez nos obliga a planificar estratégicamente la economía; la epidemiología nos enseña a ver a la sociedad como un todo y la gestión de la pandemia nos permite pensar al planeta como un artificio programable.
Bratton propone ser pragmáticos, comparar modelos y adoptar lo que sirva. Pero su solucionismo tecnológico lo lleva a relativizar al capitalismo de vigilancia y favorecer la intervención de un ejército trasnacional en donde hiciera falta. No por nada se dedicó a ridiculizar los temores de Agamben desde su cuenta de twitter. Los arquitectos del nuevo mundo parecen no tener lágrimas por las libertades perdidas.
En medio de todo el ruido filosófico, el venerable Alain Badiou se confinó voluntariamente, entendió que las pandemias son inevitables en un capitalismo donde la mugre de un viejo mercado de Wuhan está inmediatamente conectada al comercio global chino, y que los estados nacionales tienen poco que hacer ante crisis globales. Y propuso aprovechar la cuarentena para pensar en la mejor estrategia comunista para después de la pandemia. Nada nuevo saldrá de otra peste como tantas conoció el mundo.
¿Por qué en medio de una catástrofe que altera a todo un sistema, los críticos profesionales de ese sistema no saben qué hacer? ¿Por qué la filosofía se encuentra ante el apocalipsis que siempre soñó y apenas balbucea? Muchas intervenciones son brillantes, sólidas, agudas, pero luego de leerlas vemos todo igual que antes. Quizás la democracia feroz de las redes sociales ya lijó toda voz autorizada. Una razón puede ser que ante un evento totalmente inesperado la primera reacción de casi todos los intelectuales fue acomodarlo en su sistema conceptual: el estado de excepción de Agamben, la sociedad del cansancio de Han, el malestar del cuerpo político de Berardi, la pornofarmacopea de Preciado… pareciera que es más fácil que el Covid cambie al mundo a que un intelectual revise sus conceptos.
Enamorados de sus propias ideas y sin capacidad para ofrecer más que lo que la mayoría de sus lectores ya teme o sueña, es difícil que los filósofos de la pandemia ofrezcan nada nuevo. Serán cronistas pero no profetas.