Buscar este blog

martes, 10 de noviembre de 2020

La pregunta filosófica por el sentido.


FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA. LA PREGUNTA POR EL SENTIDO  (*)
 
Nota preliminar 

La pregunta por el sentido constituye la cuestión fundamental de la filosofía y todo ser humano de una manera u otra debe enfrentarse a ella en algún momento de su vida. Podríamos afirmar, entonces, que el interrogante filosófico fundamental es aquel que se cuestiona acerca del sentido de la existencia humana y de la respuesta que demos dependerá la dirección que vaya tomando nuestra vida. Bien entendido que esta no es una respuesta fija, sino dinámica y que puede cambiar varias veces a lo largo de nuestra existencia. Tampoco es menos cierto que el sentido de esta pregunta irá cambiando en función de las circunstancias concretas que nos toquen vivir. De este modo, en esta ecuación ‘preguntas-respuestas’ iremos concretando -o no- una existencia con sentido.
 
Como fundamento que pueda ayudarnos en esta búsqueda he escogido, para este libro, algunos pensadores clave. Tres de la Antigüedad: Parménides, Platón y Aristóteles, dos de la Modernidad: Descartes y Kant y referencias a autores del pensamiento contemporáneo tales como Feuerbach, Marx, Nietzsche o Freud. Desde el inicio deseo dejar claro que cuando me refiera a los filósofos elegidos no será para explicar sus doctrinas y mucho menos para desarrollar sus filosofías en su totalidad. Digamos que más bien me serviré de ellos para presentar e ilustrar cuestiones fundamentales que están en la base de esta «filosofía para todos» que yo pretendo hacer y, de este modo, ponerla a disposición de aquellos que, con ánimo filosófico, se acerquen a ella movidos por una actitud interrogadora. [...] El trabajo que aquí comparto puede resultar útil como una ‘introducción a la filosofía’ que puede ser entendida por todos (hayan estudiado filosofía o no). También nace como una entusiasta invitación a filosofar ya que aquí encontraréis un material suficiente que provocará vuestras preguntas y reflexiones.
 
Introducción
 
Desde el inicio deseo aclarar que más que como profesor o ensayista estoy aquí como filósofo, lo cual es obvio, pero lo traigo a colación para explicar qué significa para mí ser un filósofo. Y no creo que esto esté de más, porque aclarar qué es ser filósofo nos permitirá avanzar en la cuestión de qué es la filosofía e ilustrar por qué afirmo que es esencial en el ser humano su condición de filósofo. 

En tanto filósofo también soy un portavoz de algo, aunque considero que no tengo la verdad. Y lo digo sinceramente y no como mero recurso didáctico. La única manera de construir la sociedad que queremos es compartir nuestros relatos y verdades provisorias. Y esta tarea es urgente. En esta línea de reflexión será necesario que nos animemos, que no tengamos complejos, ya que el pensar filosófico es distributivo; algo que tenemos que desarrollar entre todos; la verdad es intersubjetiva. [...] Lo que aquí sostengo está avalado [...] principalmente por mis dudas. Los filósofos dudamos seguramente más que nadie porque no debemos ser autocomplacientes con nuestros defectos y carencias, pero tenemos derecho a la esperanza y esto nadie nos lo puede quitar. En una oportunidad, durante una intervención en el Colegio de Morelos, en Cuernavaca (México), dije que en mis clases voy “directo al corazón”; metáfora que aludía a mi predilección por interpelar a mis interlocutores. 

Normalmente funcionamos con un cúmulo de creencias —a veces infundadas— que hemos ido heredando. De lo que se trataría es de convertir esas creencias en ideas, ya que las ideas tienen fundamento. Todos tenemos creencias, aquellas actitudes que, aunque no podemos denominar prejuicios — porque no lo son—, a veces actúan como tales y nos empañan la mirada. Para explicar el mundo tenemos relatos. No se puede privilegiar un relato sobre otro. El mío no es más importante que el de los demás Lo contrario se llama dogmatismo, una manera autoritaria de representar el mundo (aunque se lo haga de un modo aparentemente dialogante). Hay diversas concepciones del mundo (Weltanschaunng); una europea, una tibetana, una incaica, otra australiana... Hoy en día debemos hablar de “relatos”, ya no podemos partir del supuesto de que hay una sola filosofía (philosophia perennis), aquella filosofía a la que se llega al final de la modernidad y que parecía que daba respuestas a todo. 

Debemos pensar el mundo entre todos. Yo presento mi relato y lo someto a discusión. La reflexión y el conocimiento nos hace más libres, nos posibilita construir mejor nuestro proyecto vital. Propongo que pensemos juntos al mundo partiendo de nuestra cotidianidad - de nuestra perspectiva - pero abriéndonos como en capas hacia todo lo que nos rodea. La suma de elementos que conforman nuestra perspectiva constituye nuestra ‘visión del mundo’. Es posible que los lectores y yo coincidamos en muchas cosas porque vivimos en la misma realidad, estamos en el mismo mundo, tenemos características similares y tenemos intereses comunes. Por tanto, nuestra concepción de la verdad está en sintonía con nuestra propia perspectiva. 

A lo largo de la historia, el término verdad ha tenido diversas acepciones. La verdad para Platón era “la esencia de las cosas” y para su discípulo Aristóteles la verdad es “lo que las cosas son”. Para los antiguos y los medievales, la verdad es “verdad ontológica”. Para todos ellos se puede conocer la esencia de las cosas. Esta postura antigua es muy ingenua y parte de la creencia de que la inteligencia humana es capaz de llegar a la esencia de los entes. Actualmente preferimos hablar de significados en lugar de esencia. Y esto implica un giro fundamental. Pasamos de afirmar que la verdad está en las cosas a considerar que la verdad la establecemos nosotros al otorgar significados. Si creemos que hay verdades ya establecidas, fijas, esto nos llevaría a considerar que algún ser superior las habría establecido. El hecho de pensar que hay verdades en sí, en realidad es una postura creacionista. Nos remonta a una inteligencia superior. Muy por el contrario, somos los seres humanos quienes construimos nuestras verdades. Las verdades se construyen por consenso y no me estoy refiriendo solo al aspecto semántico de la verdad, sino también a su sentido ético y por tanto político. 

La verdad no es tanto lo que un relato sustente, sino la praxis a la que ese relato conduzca. El meollo de la verdad pragmática a la que me refiero debe ser el bienestar de los seres humanos. No solo es inadmisible que unos pocos vivan tan bien y la mayoría tan mal, sino que es totalmente inmoral. Por tanto, todo lo que va orientado a la liberación del ser humano de ataduras, tanto materiales como ideológicas, está en el camino de la verdad. Y el objetivo de la liberación define la verdad ‘real’ y necesaria, lo que nos abre nuevos horizontes en la búsqueda de la verdad. La verdad no es algo ideal o teórico, sino que forma parte de la vida y de sus circunstancias. 

Me viene a la mente Descartes quien afirma que las fuentes del error son la “precipitación y la prevención”. Si vemos la realidad siempre bajo el prisma de nuestros prejuicios no podemos avanzar. Hay que aprender a liberarse de esos prejuicios: ‘desaprender’. Someter a revisión aquellas creencias que nos obnubilan y que nos llevan continuamente a prejuzgar en lugar de intentar conocer espontáneamente. La filosofía nos facilitará la tarea de liberarnos de los prejuicios.
 
Lo que pretendo al escribir estas páginas es mostrar un rostro de la filosofía que, no solo es un rostro amable, sino un rostro comprometido y generar con ello la convicción de que realmente la filosofía libera. Mejor dicho, cualquier conocimiento libera, aunque lo peculiar de la filosofía es que esta debe abordar estas cuestiones como tarea prioritaria. 

[...] Es frecuente oír que en nuestra época ya no hay filósofos. Y dependiendo del sentido de esta extendida opinión, yo digo ¡menos mal! Hay cierto tipo de ‘filósofos’ que son completamente prescindibles. La gente cree que un filósofo es un ‘iluminado’ que inventa filosofías y sistemas filosóficos. Sin embargo eso nunca ha ocurrido y por fortuna nunca ocurrirá. Los filósofos no inventamos nada, solo somos ‘portavoces’ de la problemática de la época en que nos toca vivir. Y lo que comuniquemos como tales, solo tendrá sentido si nuestros interlocutores, en cierto modo, ven lo mismo y por tanto nos entienden. Enseñar es ‘enseñar en el sentido de señalar’. Los que nos dedicamos a ver, a observar, a atar cabos y a contar, no inventamos ningún sistema filosófico.
 
[...] Tenemos que ir a las cosas mismas haciendo abstracción o dejando de lado aquello que nos distrae. Es necesario poner entre paréntesis lo que sabemos de antemano que no tiene solución. Buscar el origen del mundo, o si hay otra vida, o si existe Dios, son cuestiones inevitables —como afirmaría Kant— y nos asaltan de vez en cuando y de modo sorpresivo. Pero esta petición de principios nos complica la vida, por tanto debemos escapar de este bucle y centrarnos en lo concreto e inmediato, al menos como punto de partida. Y a partir de ahí tendrán sentido para nosotros las preguntas de Kant: ¿qué puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué me cabe esperar? ¿qué es el hombre? Preguntas que aún no han sido satisfactoriamente respondidas. Nos interesa saber quién es el hombre, pero no el hombre ‘en general’, sino el ser humano que somos nosotros mismos. ¿Quién soy yo? - este primate extraviado- que comenzó en un momento de la evolución a tener proyectos e ilusiones, a crear dioses e inmortalidades-. Esto es lo que nos interesa desentrañar. De aquí debemos partir para encontrar respuestas. 

La filosofía nació en Grecia como ‘escuela de vida’. En sus comienzos, era una forma de vida; sin embargo, desde mediados del siglo XIX la filosofía en una buena medida se convirtió en ‘filosofía académica’, en investigación erudita y especializada que, muchas veces, nada tiene que ver con los problemas del hombre concreto ni con la vida real de las personas. Triunfó el academicismo y esta situación se mantiene hasta nuestros días de una manera cada vez más notoria. De ahí que el filósofo, si verdaderamente quiere ser tal, debe abandonar los claustros y salir a la calle. 

Hablo de filosofía como escuela de vida en tanto entiendo que la filosofía nos tiene que servir para orientarnos en la vida, ya que si estamos informados podremos vislumbrar hacia dónde vamos. Para lo cual es menester hacer un alto en el camino y, en un ejercicio de prospectiva filosófica, asumir el pasado y orientar nuestro presente. [...] Es menester poner todo ‘en tela de juicio’, en un profundo ejercicio de duda metódica cartesiana. La filosofía no es algo abstracto. No está en las nubes, sino más bien en las raíces ya que siempre tiene que ver con las realidades sociales, políticas y económicas de una época. Todo ello en coherencia con mi convicción de que la filosofía debe salir de los claustros y aceptar el reto de interpelar al ciudadano común. [...]  La filosofía tiene que salir en busca de la gente porque la sociedad necesita de la filosofía. [...]

La filosofía debe ser subversiva. No solo nuestra sociedad está en crisis; también lo están nuestro mundo, nuestra civilización y el planeta. Millones de personas mueren de hambre y de sed. El cambio climático ya se ha producido y si no reaccionamos, en pocas décadas se habrá consumado la catástrofe Hay que subvertir el orden establecido, cambiar el mundo. Y para esto es necesario desaprender, porque lo que hemos aprendido muchas veces es un freno o un obstáculo para poder avanzar. Me refiero a la necesidad de poner en cuestión todo lo aprendido hasta ahora, para poder identificar lo que hemos asimilado de una manera ‘acrítica’ y quizá de un modo dogmático. Y esta actitud no es tanto un ejercicio de duda metódica sino un tamizar nuestra filosofía personal y nuestras convicciones, aplicándoles la ‘prueba de la realidad’. 
Las verdades no son solamente enunciados teóricos, sino que deben plasmarse en hechos transformadores de la realidad y al servicio de una praxis liberadora. Mientras no estemos dispuestos a cambiar, no se podrá evolucionar hacia situaciones mejores. En tanto filósofos debemos ser incómodos, debemos cuestionar. Más que dar respuestas se trata de plantear preguntas. 
_______________________________________________
(*) AGÜERO MACKERN, Eduardo, Fundamentos de Filosofía. La pregunta por el sentido, Tres Cantos, CFE, 2020. (Extracto de las primeras página de este libro, pp. 9-18)

No hay comentarios:

Publicar un comentario