El
jardín de Epicuro... que magnífico lugar. ¿Dónde está el jardín de
Epicuro? ¿Qué muros hay que saltar para entrar en ese vergel? ¿Tras qué
matorrales se oculta?
Me parece entrever que todo aquello que oculta
el deseado jardín es mi propio pensamiento que se enreda, mi propio yo
envuelto en kilométricas cintas de pensamientos falsos, de creencias
infundadas... Aquello que me oculta el jardín de Epicuro hoy, es todo
aquello que me impide reposar en mí. ¿Seré yo la respuesta? ¿Será qué no
tengo que ir a ningún lugar, ni viajar infinitamente alrededor de
diferentes universos? ¿Será que sólo tengo que descubrir-me como quien
descubre una obra de arte?
El verdadero placer al que nos invita
Epicuro entiendo que es el placer de saberme en mi centro, en mí-mismo y
desde ahí mirar; entonces, el mundo siendo el mismo ocupa su verdadero
lugar y se descentraliza. Y yo, silente, puedo descubrir los entresijos
del conocimiento verdadero.
El mundo es lo que es y lo que viene
siendo a lo largo de la historia, un juego de espejos, una confrontación
de opuestos, la caverna platónica, allá en sus profundidades ¿qué
hacemos entonces y, sobre todo, desde dónde vamos a hacer lo que
queremos hacer?
Si entramos en el juego de los espejos nos perdemos
entre los reflejos y las sombras, hasta que finalmente entre placeres
banales se impone el sufrimiento. Sin embargo, nos cabe aún la
posibilidad, como Epicuro, de replegarnos en nuestro interior, de ver
hondamente nuestra propia naturaleza y desde ahí, entregados a la
genuina respuesta que de nosotros nazca, actuar.
Tal vez hoy no
podamos ocultarnos tras muros de piedra, la información a través de las
nuevas tecnologías conquista hasta el último hueco y te salpican olas de
opiniones, una aparente realidad enemiga nos reta y nos tienta todo el
tiempo, sin embargo sí podemos encontrar nuestro verdadero jardín, que
está tan cerca de nosotros que no hay que ir a ningún sitio solamente
mirar en el lugar adecuado. Ese mirar es filosofía, que no “es medio
sino fín” y en dulces susurros y sin presiones nos muestra, respetando
nuestro ritmo, las verdaderas profundidades de la vida.
Un fuerte abrazo.
Silvia