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lunes, 4 de noviembre de 2013

El Jardín de Epicuro según Silvia Artigues


El jardín de Epicuro... que magnífico lugar. ¿Dónde está el jardín de Epicuro? ¿Qué muros hay que saltar para entrar en ese vergel? ¿Tras qué matorrales se oculta?
Me parece entrever que todo aquello que oculta el deseado jardín es mi propio pensamiento que se enreda, mi propio yo envuelto en kilométricas cintas de pensamientos falsos, de creencias infundadas... Aquello que me oculta el jardín de Epicuro hoy, es todo aquello que me impide reposar en mí. ¿Seré yo la respuesta? ¿Será qué no tengo que ir a ningún lugar, ni viajar infinitamente alrededor de diferentes universos? ¿Será que sólo tengo que descubrir-me como quien descubre una obra de arte?
El verdadero placer al que nos invita Epicuro entiendo que es el placer de saberme en mi centro, en mí-mismo y desde ahí mirar; entonces, el mundo siendo el mismo ocupa su verdadero lugar y se descentraliza. Y yo, silente, puedo descubrir los entresijos del conocimiento verdadero.
El mundo es lo que es y lo que viene siendo a lo largo de la historia, un juego de espejos, una confrontación de opuestos, la caverna platónica, allá en sus profundidades ¿qué hacemos entonces y, sobre todo, desde dónde vamos a hacer lo que queremos hacer?
Si entramos en el juego de los espejos nos perdemos entre los reflejos y las sombras, hasta que finalmente entre placeres banales se impone el sufrimiento. Sin embargo, nos cabe aún la posibilidad, como Epicuro, de replegarnos en nuestro interior, de ver hondamente nuestra propia naturaleza y desde ahí, entregados a la genuina respuesta que de nosotros nazca, actuar.
Tal vez hoy no podamos ocultarnos tras muros de piedra, la información a través de las nuevas tecnologías conquista hasta el último hueco y te salpican olas de opiniones, una aparente realidad enemiga nos reta y nos tienta todo el tiempo, sin embargo sí podemos encontrar nuestro verdadero jardín, que está tan cerca de nosotros que no hay que ir a ningún sitio solamente mirar en el lugar adecuado. Ese mirar es filosofía, que no “es medio sino fín” y en dulces susurros y sin presiones nos muestra, respetando nuestro ritmo, las verdaderas profundidades de la vida.
Un fuerte abrazo.
Silvia

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