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viernes, 7 de marzo de 2014

¿En qué consiste la filosofía como terapia?

Estoy convencido de que la filosofía puede ayudarnos a vivir mejor. El método que aquí propongo requiere que cada uno de nosotros ejerza de filósofo y encuentre respuestas y salidas que ningún manual puede proporcionar. Ser filósofo no consiste en el mero formular teorías, sino en intentar resolver los problemas reales de la vida.

Parto del hecho de que todos tenemos una filosofía de la vida. Comprender nuestra propia filosofía puede ayudarnos a abordar y resolver los problemas que se nos presentan día a día, incluso, a evitarlos. Hay que tener en cuenta que, a veces, nuestra propia filosofía puede estar en  el origen de muchos de estos problemas.  Es así como en algunos casos puede resultar conveniente cambiar nuestra filosofía y conseguir de este modo que obre en nuestro favor y no en nuestra contra. 

La filosofía es algo personal, todos somos filósofos. Considero que para la práctica de la filosofía - en principio -  no es necesario partir de conocimientos previos, aunque es importante aprender de las fuentes para poder incorporar a nuestra filosofía personal lo que nos enseñan los textos y de este modo poder pensar por cuenta propia.

La filosofía nació en Grecia como ciencia (epistéme) pero también y de un  modo fundamental, como escuela de vida. La filosofía en sus comienzos no era una disciplina académica como lo es, casi exclusivamente, en la actualidad. Para superar este “academicismo”, el filósofo - si verdaderamente quiere actuar como tal - debe abandonar los claustros y salir a la calle. La filosofía entendida de este modo debe ayudar a las personas a comprender los problemas a los que se enfrentan. A diferencia de algunas técnicas psicoterapéuticas, la filosofía misma constituye una especie de terapia para “cuerdos”. Debemos desechar la idea de que todos los problemas personales son enfermedades.

El interrogante fundamental del hombre y por ende, de la filosofía es aquel que interroga por el sentido de nuestra existencia. Es un interrogante vital en cuya solución nos jugamos nuestra propia vida como personas (apuntamos a la cuestión de la felicidad). Pero no siempre es fácil que surjan en nosotros estos interrogantes, algunas veces es necesario haber experimentado las que llamamos “situaciones-límite”.

El sentido de la existencia humana viene determinado por la búsqueda de la felicidad. Y nuestra vida tendrá mayor o menor sentido en función de las cotas de felicidad alcanzadas. Nuestra felicidad la construimos (o la destruimos) nosotros mismos, a partir de “momentos de felicidad”. La felicidad no consiste en poseer (a alguien, algo material, un determinado status social o económico), ni en creer que se puede llegar a una felicidad completa y permanente. La felicidad está en uno mismo y no en las circunstancias. Debemos poseer la mitad más uno de las “acciones” de nuestra vida, ya que si la mayoría de ellas las tienen las circunstancias, seremos muy infelices porque no seremos libres. Para ser feliz es imprescindible valorar lo que uno tiene y no sentirse desdichado por lo que no se tiene. En una buena medida ser felices es “sentirnos felices”. Es un estado de ánimo subjetivo.

Uno de los obstáculos para alcanzar la felicidad es el miedo a la soledad, causa importante de dolor e infelicidad. El miedo a la soledad todo lo distorsiona y nos lleva a buscar a alguien como a una tabla de salvación y no como a un “otro” a quien libremente elijo para construir un determinado proyecto. La apertura al otro en el sentimiento del amor es lo único que puede mitigar el vértigo de la individualidad. Además, la felicidad individual es imposible si no es en el seno de una sociedad de hombres libres. No se puede ser feliz en una sociedad de hombres infelices a causa de la opresión, la explotación y la pobreza.

Podemos constatar que una de las consecuencias más graves de la actual crisis económica es nuestra pérdida de libertad, lo que nos hace comportarnos en el mundo laboral con una actitud de una cierta sumisión voluntaria. Renunciamos a luchar por nuestros derechos porque el miedo se instala en la conciencia del trabajador y esta circunstancia agrava la situación. Vivimos en la sociedad del miedo. Miedo a la crisis económica, miedo al paro, miedo al cambio climático, miedo a la enfermedad, miedo a la soledad, miedo a la recesión económica, miedo a la muerte…

Quizás ha llegado el momento de reinventarnos, de cambiar de filosofía, de cambiar de vida. Una crisis es en realidad una periodo de cambio y todo cambio abre un amplio abanico de posibilidades. Hay quienes piensan que en realidad más que en una crisis nos encontramos en un cambio de ciclo, tanto en la economía mundial como en las estructuras sociales, cuya causa principal debemos buscarla en el propio sistema económico internacional imperante que se destruye a sí mismo.

El sentido de la búsqueda podemos encontrarlo en el camino de la esperanza. Lo que implica tender hacia metas posibles y a partir de ahí luchar por ellas. La esperanza como sentimiento personal tiene mucho que ver con los sentimientos de autoestima y confianza en uno mismo. De ahí la importancia de fijarse metas posibles. Porque de este modo cosecharemos resultados que a su vez aumentarán más nuestra autoestima. Plantearse metas imposibles nos aboca al fracaso. Y plantearse continuamente este tipo de metas nos llevaría a la frustración continua o, incluso, a la desolación. De ahí la importancia de realizar una crítica de nuestra propia filosofía personal y a partir de ahí construir una filosofía de la esperanza que nos oriente en la consecución de nuestras metas y nos permita perseguir fines posibles y realizables. Y en esto consiste, ni más ni menos, el camino de la felicidad.

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