Comulgo con la mayoría de cosas del texto de Onfray pero no dejo
de tener a la vista ciertas ambigüedades que suscita. Creo que desde la buena
intención persigue el cambio pero lo presenta desde de un posicionamiento
previo. Lo cierto es tengo que leer todo el libro porque invita a abrir nuevas
vías y esto me emociona. En el texto que te mando creo que se deja entrever
todo esto.
Ante el fracaso de los valores de la sociedad occidental
(de herencia griega) cuya huella queda ilustrada en las guerras mundiales, el
nazismo, la barbarie nuclear y los actuales fundamentalismos, a falta de una
ética que se adapte a la sociedad o de una sociedad que se adapte a una ética,
se hace necesaria la revisión de una subjetividad creadora y crítica que en
positivo posibilite, aunque aún no garantice, una comunidad si no plenamente
feliz sí al menos estable. Extiendo las palabras de Onfray más allá de lo que
quizás él hubiera hecho cuando trata el tema de una comunidad filosófica
centrada en la filosofía y alternativa al sistema educativo, a costa de su
sugerencia sobre el horizonte social. Onfray invita a recrear un hedonismo
nómada, portable, por tanto, idealizable y de índole imaginario pero con
afección a lo real y cotidiano. Quizás en esta ruptura se halle la dificultad
compleja de trasladar el universo ideal a la cotidianeidad del día a día. La
posibilidad de convertir la utopía personal en proyecto visible y real. La
realización del sujeto que en su actividad acaba con su ruptura. Se hace
necesario entender que nunca fuimos agregados del mundo, algo externo a él, sino
seres en el mundo (Merleau-ponty, Husserl). Tampoco fuimos ni debimos ser
objetos ni para el poder ni para el Otro. Si no pertenecemos al mundo sino que
somos en el mundo, creo que la posibilidad debe pasar por un sujeto que se
presente en actividad, es decir, como ‘realizando mundo’ desde su propia vida,
aspecto creador incluso en relación con el ámbito estético. Las consecuencias
de desplegar un modelo de vida vienen sugeridas por las palabras de Onfray: el
caballo de Troya, se efectúa desde la violencia crítica de presentar una forma
de vida no habitual, no acostumbrada, alternativa a una sociedad estática,
(también violencia para el propio sujeto que la emprende como cambio por
primera vez). Cualquier cambio provoca una profanación en la estabilidad social,
y por tanto cualquier cambio será sojuzgado previamente como pertinente o
insolente. Es lo que acontece al individuo que se aparta de la polis, que elige
el autocastigo pero cuya singularidad grita desde su modo de vida, desde su
acto no encasillable. Mientras la república utilitarista, liberal, se ciñe al
hecho de construir futuro colectivo, de construir sociedad, estructura
jerarquizada, el individuo queda abandonado en lo abstracto; no se cuestiona
sobre esta clase de sujeto prescindible e intercambiable. El jardín, agrupación
local, ámbito de construcción de uno mismo, presenta a un individuo como parte
imprescindible, formador de comunidad y de mundo. Universo inexplicable en su
ausencia, se configura como fundamento de la edificación del grupo. Comunidad
inextinguible que forzosamente requiere del sujeto y donde el sujeto es razón
de ser, ya que el problema no es lo social ni el Otro sino la forma, la
compartición de un mismo imaginario. Otra cuestión habla sobre el voluntarismo
y sobre contrato; contrato de validez por serlo, por ser sinalagmático, por
acogerse de esta manera y dependiente de la perspectiva del que examina la
cuestión, ¿qué clase de contrato es mejor? Sin duda el elegido por uno mismo.
¿Es extensible la comunidad a toda una sociedad? ¿El Sistema tal y como lo
conocemos garantizamos que realmente es irrecuperable? De darse el cambio en
uno mismo quizás sirva para evitar el horror y el fracaso de la civilización
europea, explicaría Habermas. Hablamos de la amistad y el diálogo. El consenso
frente a la intolerancia de la incomunicación que se produce en el espacio
geométrico y homogéneo donde el Otro es no referencial, no identificado y que
me convierte a mí mismo en otro eje indeterminado, no central. Es necesaria una
centralización referencial en un mundo ordenado donde cada uno, punto central
de ese mundo, pueda orientarse a múltiples direcciones, donde se produzca la
compresión de mí mismo sin otra posibilidad de ser sino es en el Otro. Si el
sujeto es en el mundo es al mismo tiempo creador de éste. Por eso cualquier
cambio originado desde el sujeto puede afectar al resto de cosas en las que se
rodea de manera transformadora, a veces provocado a veces inconsciente. De esto
trata el film Atlas de las nubes donde las transformaciones no se dan solo en
el espacio sino a través del tiempo en una especie de causalidad donde
incongruentemente el azar parece desembocar en un determinismo, de nuevo el
individuo afectado por el círculo hermenéutico. El jardín lo que sí garantiza
es que se comparte la finalidad de la misma búsqueda por todos sus integrantes.
No garantiza el consenso, solo la empatía de un mismo fin y el fin perfila un
sujeto quizás también alienado en la consecución del hedonismo. El matiz en
cuestión quizás estribe en la elección personal del sujeto que entrega su parte
como bien para el otro y espera esta misma reciprocidad del otro también.
Elevar ese encuentro desde la amistad puede generar nuevos valores superiores.
¿Cuánta alegría debo ver en el otro para que mi alegría pueda ser alegría
plena? ¿cuánto desagrado debo suprimir? ¿es suficientemente amortiguador
desviar la mirada de lo feo, de lo sufriente? ¿qué tipo de hombre es ese
desconocido hombre sin sufrimiento? Son preguntas que quizás solo puedan
responderse ‘haciendo’, en la praxis de una nueva sociedad propuesta. Quizás
más allá de la comunidad podamos trasladar el concepto de clase marxista, la
revolucionaria asociación capaz de originar el cambio, donde clase ya no se
definiera por su particularidad económica social sino por aspectos críticos e
inalienables de la persona que se ve reflejada en otra clase de valores.
Estimada lección que aprendimos sobre la revolución que quiso convertirse en
Estado sin especificar más detalles sobre el mantenimiento de éste mismo, proyecto
del que no supimos hacernos cargo; un nuevo tipo de jardín como aspiración dice
Onfray, cambiar el sistema y así bajo el estandarte de uno nuevo y por tanto de
un nuevo sujeto, provocar la ruptura con el ser heredado, según dirían
Nietzsche o Heidegger cada uno desde su perspectiva. Pero la meta vale la pena,
intentar lograr esta satisfacción suprema: el puro placer de existir, del ser
conduciéndose a lo que es su propia tendencia: persistir; ser capaz de llevar
una vida fuerte, dirían los nativos americanos, una vida que merece la pena ser
vivida…
Alberto Cerezo
Este excelente comentario al texto de Onfray sugerido para nuestra próxima reunión del 26 de este mes, nos ha sido enviado por nuestro amigo y colaborador Alberto Cerezo -quien nos ha autorizado su publicación.
ResponderEliminarAgradezco su deferencia.