29. HOBBES: La condición natural del hombre es la de una guerra de todos contra todos.
«Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre. Pues la GUERRA no consiste solo en batallas, o en el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo
donde la voluntad de disputar en batalla es suficientemente conocida. Y, por tanto, la noción de tiempo debe considerarse en la naturaleza de la guerra; como está en la naturaleza del tiempo atmosférico. Pues así como la naturaleza del mal tiempo no está en un chaparrón o dos, sino en una inclinación hacia la lluvia de muchos
días en conjunto, así la naturaleza de la guerra no consiste en el hecho de la lucha, sino en la disposición conocida hacia ella, durante todo el tiempo en que no haya seguridad de lo contrario. Todo otro tiempo es PAZ. Lo que puede en consecuencia atribuirse al tiempo de guerra, en el que todo hombre es enemigo de todo hombre, puede igualmente atribuirse al tiempo en el que los hombres también viven sin otra seguridad que la que les suministra su propia fuerza y su propia inventiva. En tal condición no hay lugar para la industria; porque el fruto de la misma es inseguro. Y, por consiguiente, tampoco cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de los bienes que pueden ser importados por mar, ni construcción confortable; ni instrumentos para mover y remover los objetos que necesitan mucha fuerza; ni conocimiento de la faz de la tierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta. De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es también consecuencia que nada puede ser injusto. Las nociones de bien y mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar. Donde no hay poder común, no hay ley. Donde no hay ley, no hay injusticia. La fuerza y el fraude son en la guerra las dos virtudes cardinales. La justicia y la injusticia no son facultad alguna ni del cuerpo ni de la mente. Si lo fueran, podrían estar en un hombre que estuviera solo en el mundo, como sus sentidos y pasiones. Son cualidades relativas a hombres en sociedad, no en soledad. Es consecuente también con la misma condición que no hay propiedad, ni dominio, ni distinción entre mío y tuyo; sino solo aquello que todo hombre pueda tomar; y por tanto tiempo como pueda conservarlo. Y hasta aquí lo que se refiere a la penosa condición en la que el hombre se encuentra de hecho por pura naturaleza; aunque con una posibilidad de salir de ella, consistente en parte en las pasiones, en parte en su razón. Las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el deseo de aquellas cosas que son necesarias para una vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria, Y la razón sugiere adecuados artículos de paz sobre los cuales puede llevarse a los hombres al acuerdo. Estos artículos son aquellos que en otro sentido se llaman leyes de la naturaleza, de las que hablaré más en concreto en los dos siguientes capítulos.» (Hobbes, 1980, pp. 222-227).
30. VOLTAIRE: La guerra.
«El hambre, la peste y la guerra son los tres ingredientes más famosos de este bajo mundo. Se puede calificar como hambre todos los malos alimentos a los que la indigencia nos obliga a recurrir para abreviar nuestra vida con la esperanza de sostenerla. Todas las enfermedades contagiosas, que son dos o tres mil, están
comprendidas en la peste. Estos dos presentes nos vienen de la Providencia. Pero la guerra, que reúne todos estos dones, nos viene de la imaginación de trescientas o cuatrocientas personas extendidas por la superficie de este globo, con el nombre de príncipes o de ministros; v es, tal vez, por esta razón por la que en varias dedicatorias se les llama imágenes vivas de la Divinidad. El más obstinado de los aduladores convendría, sin esfuerzo, que la guerra arrastra en pos de ella a la peste y al hambre, por muy pocos hospitales militares que haya visto en Alemania, y por muy pocos pueblos por los que haya pasado, después de una gran hazaña bélica. Sin duda, es un gran arte este que desola los campos, destruye las moradas y hace que, en un año cualquiera, perezcan cuarenta mil hombres de cien mil (…) Lo maravilloso de esta empresa infernal, es que cada jefe de asesinos hace que se bendigan sus banderas e invoca a Dios solemnemente antes de ir a exterminar a su prójimo (…) La religión natural ha impedido mil veces a los ciudadanos cometer crímenes. Un alma bien nacida los rechaza; un alma buena se asusta de ellos, ya que considera a su Dios justo y vengador. Pero la religión artificial impulsa a cualquier crueldad que se ejecute entre muchos, a conjuraciones, sediciones, saqueos y matanzas. Todos marchan alegremente al crimen bajo la bandera de su santo. Por todas partes se paga a un cierto número de hombres para que pronuncien arengas alentadoras de esas jornadas mortíferas: unos van vestidos con un largo sayal negro cubierto con un abrigo corto, otros llevan una camisa encima del vestido, algunos llevan dos colgantes de un tejido abigarrado encima de sus camisas...» (Voltaire, 1976, pp. 218-222).
La guerra…semántica
ResponderEliminarLa guerra es, quizás, la última etapa de un proceso de violencia que tiene su origen en un uso desafortunado o malicioso de las palabras. Un buen comunicador sabe como atraparnos con su discurso. Nos cuenta un relato construido con el poder de las palabras: las metáforas. Las metáforas se adentran en nuestro mundo emocional sorteando nuestro proceder racional; un caballo de Troya depositado en nuestra mente. Producen una intensa respuesta en nuestra persona. ¡Cuantas guerras se podrían haber evitado si las metáforas empleadas por los políticos hubieran sido menos bélicas! El discurso destructivo genera inquietud, alimenta el rencor y da lugar a que brote la violencia. Guerra semántica en lugar parlamentos constructivos. Seguramente el mejor antídoto sea encontrarnos en paz con nosotros mismos, o padecer sordera selectiva.